👀 Especial | Milagros en la pandemia bahiense: una enfermera cuenta todo
La mirada extraordinaria de alguien que lleva 2 años peleando contra el coronavirus.
Hoy, 20 de marzo de 2022, se cumplen 2 años del primer caso de coronavirus que se reportó en Bahía Blanca.
Desde ese mismo momento, la enfermera Milagros Barbalace estuvo ahí, batallándolo, con todo, sin parar.
Este es su relato para 8000.
Entrevistas y textos: Belén Uriarte
Producción audiovisual: Eugenio V.
Narración oral: Agustina Arias
Edición general: Abel Escudero Zadrayec
Miles de veces lloré. Incontables.
En mi casa, muchísimo.
En el hospital también: no aguantaba más, necesitaba descargar, y por ahí se me caía el suero al piso y ¡faaaa!, era la excusa para arrancar a llorar.
Me hacía llorar el estrés, la carga exterior que se nos puso con eso de “son los responsables de que la persona se recupere, porque, si no, algo hicieron mal”.
También la carga horaria, el comer mal porque pasás muchas horas en el hospital y no te sentás en tu mesa, el dormir mal porque estás preocupada por tu compañero que se contagió, por no contagiar a tu familia...
Un cúmulo de cosas que a todos nos hizo explotar por algún lado.
Mi nombre es Milagros Barbalace, tengo 27 años y soy licenciada en Enfermería, me recibí en la UNS. Comencé la pandemia en el Hospital Privado del Sur. Y ni imaginaba todo lo que iba a pasar…
Cuando estudiás, te enseñan qué es una pandemia, qué es una epidemia, en qué se diferencian… Pero de ahí a vivirlo, hay mucha diferencia.
Al principio sentí miedo: era algo desconocido y se tardó mucho en saber cómo se comportaba. Los pacientes tenían signos y síntomas muy diversos, entonces tampoco tenías una línea para orientarte y saber qué hacer.
Era mucha la incertidumbre.
No sabíamos qué protocolo usar, si ponernos más o menos protección, si muchas horas con el paciente aumentaban el riesgo de contagio…
Los protocolos se modificaban todas las semanas, literalmente.
Y la mente nos iba a un millón de revoluciones. Me costaba mucho terminar mi turno y decir: “Bueno, listo, no estoy más en el hospital, no puedo hacer nada”. De hecho, todavía me cuesta.
En abril de 2020 ingresó al hospital Juan Carlos Rodríguez, uno de los primeros pacientes, y me acuerdo de que estuvo fácil 1 mes. Era la época en que si no te salía PCR negativo no te daban el alta, porque se suponía que todavía contagiabas.
Se hizo como 5 o 6 PCR, ¡no sé cuántos ya! Y le seguía dando positivo.
Tuvo una larga estadía, pero siempre tuvo una energía muy positiva, de querer recuperarse. Nosotros por ahí le llevábamos algo extra que sabíamos que le gustaba, porque en el hospital es una sola comida para todo el mundo. Y cuando íbamos a controlarlo, siempre nos quedábamos charlando.
A lo último, cuando ya se sentía mejor, Juan Carlos empezó a escribir. Le gusta mucho. El anteúltimo día nos avisó que nos había hecho como un cuento anecdótico con un personaje que era él y con nosotros.
Me acuerdo de que nos manejábamos por teléfono y nos mandó una captura de pantalla de lo que había escrito. Se había generado un lazo muy estrecho.
Me puse muy contenta cuando Juan Carlos salió. Fue: “Wow, logramos que una persona que estuvo tanto tiempo, un adulto mayor, pueda salir de esto”.
Estábamos emocionados. Le habíamos hecho cartelitos y esperamos que salga de la habitación para felicitarlo. Y el encuentro con su mujer, después de tantos días… ¡fue muy lindo!
Esos son los recuerdos positivos: las personas que pudieron salir tanto de clínica como de terapia. Las que pudimos ayudar a recuperarse. Y también el equipo de trabajo: médicos, colegas, la gente de limpieza, todo, todo, todo. Esa es la base: más allá del conocimiento, tirar todos para el mismo lado.
Después no hay recuerdos positivos.
Al Hospital Penna me sumé en julio de 2020, por un plan de becas. Entré como enfermera de piso en terapia.
Me tuve que acostumbrar mucho a los sonidos, tanto del ventilador como de las máquinas de las bombas que suenan todo el tiempo. Después empecé a distinguir si sonaba un ventilador por algo en especial o porque se había quedado sin suero, y ya no salía corriendo cada vez que sonaba.
Y recuerdo ciertas imágenes… En terapia hay cosas que son bien características: las secreciones, la mucosidad tanto por nariz como por boca o por tubo cuando están intubados... La forma en la que se va transformando el cuerpo también: es más rápido el avance, es bien marcado el deterioro.
Los pacientes críticos, más que nada con mucha estadía en terapia, edematizan un montón. Al no poder moverse (y peor si están intubados), si no los rotás se inflaman muchísimo, se llenan mucho de líquido. Era impactante entregar una guardia, volver al otro día y ver al paciente así. Después te vas acostumbrando. Creo que a todos nos pasa.
A mí también me tocó: me contagié en octubre de 2020.
Fue anecdótico, porque habían venido unos chicos de la universidad a hacer hisopados de gente asintomática. Nos preguntaron: “¿Quién se quiere hisopar?”, y dije: “Yo”.
En ese momento también estaba en el otro hospital y tenía que entrar a trabajar, pero me había empezado a sentir como rara. Avisé que no me sentía muy bien y que estaba esperando el resultado del hisopado.
Dio negativo y dije: “Listo, me engripé”. Y me dormí. Cuando me desperté, al otro día, tenía llamadas perdidas: me habían querido avisar que tenía covid, que me quedara aislada.
Así que me quedé en casa, y después empecé con todos los síntomas: falta de olfato y gusto, fiebre, me sentía muy mal… Pero fueron los primeros 3 o 4 días, los demás los pasé normal.
Siempre fui muy cuidadosa. Nunca me relajé, aun habiendo tenido covid.
Trataba de no ver mucho a mi mamá o si la veía, era a tanta distancia. Por ahí me venía a buscar y en vez de ir de acompañante, me mandaba al asiento de atrás. Siempre con barbijo.
A mis amigas también trataba de no verlas. Cuando estábamos todos adentro, obviamente no las veía. Y después, cuando se fueron dando ciertas libertades, trataba de no verlas por respeto hacia ellas. Acá estás en contacto directísimo, con muchos fluidos, secreciones…
Al principio tenía todo un protocolo... Me acuerdo de que llegaba a mi casa, abría la puerta y agarraba una bolsa, un tacho o algo que había dejado antes de irme a trabajar, y me desvestía ahí. Después lo agarraba, lo cerraba, lo metía al lavarropas y lo ponía a lavar. Y me iba a bañar.
Ahora te das cuenta de que no tiene sentido: si te contagiaste, te contagiaste, por más que te saques toda la ropa en tu casa. Por eso, los protocolos y las cosas que se creían al principio de la pandemia cambiaron muchísimo.
Lo que hacía con la ropa hoy no lo puedo creer. O eso de ir al supermercado y estar perseguida todo el tiempo, a ver si el de atrás o si la harina que agarré estaba contaminada… Me pasaba más afuera que en el hospital, porque acá usamos guantes para todo, lo tenemos incorporado.
La peor época fue a fines de 2020 y la llamada segunda ola, en 2021, hasta poco más de mitad de año. Fallecía gente muy joven y eso me marcó, porque decía: “Pucha, soy yo, es mi edad”.
Primero era gente mayor, que tenía muchos antecedentes de salud, y recién se empezaba con las vacunas. En la segunda ola fue: “Bueno, ya tiene una parte de la vacuna, no tiene antecedentes y está haciendo estragos”.
👉 Mayo de 2021 tuvo las cifras oficiales más altas: 8.636 contagios y 144 muertes.
No es que a uno no le importe la gente más grande, pero una persona de 80 años tuvo más experiencias de vida, familiares que la acompañaron hasta ahora… En cambio, había gente joven que dejaba hijos muy chiquitos…
Justo ahí arrancamos con los grupos de psicología y me hizo muy bien. Fue liberar un montón de sensaciones y de emociones. Al principio nos costó romper el hielo y empezar a hablar, pero gracias a Dios tuvimos el espacio.
Si bien trabajamos en una terapia y los pacientes que llegan no están bien, no estábamos acostumbrados a que en un día fallecieran 3 personas. Y en una semana, ni te cuento…
No estar tan fuertes mentalmente o no estar acostumbrados (¡por suerte no estamos acostumbrados a eso!) nos debilitó muchísimo. Gracias a Dios se dieron cuenta y dijeron: “Bueno, vamos a tener que hacer algo, porque no sólo se están enfermando por contagios de covid”.
También tuve la desgracia de perder a alguien: el exmarido de mi prima, de 40 y pico de años, falleció el año pasado. En esos casos, creo que quienes somos personal de salud tenemos la desventaja de saber. Eso genera más ansiedad, y no ser vos quien atiende a tu familiar o a tu allegado hace que te preguntes si se estarán haciendo las cosas bien: “¿Qué estarán haciendo?”...
La tristeza es la misma, pero la desventaja de saber es no poder hacer algo o creer que podemos hacer algo, cuando en realidad no.
Por una cuestión del servicio, el celular no se puede usar.
Pero más allá de lo institucional, tratamos de que los pacientes no lo usen porque muchas veces estar tanto en contacto genera más ansiedad. O si algún familiar les da alguna mala noticia, se agrava la situación. No la salud física, pero sí la psicológica.
Igual, hay situaciones especiales… Hay personas que dicen: “Yo sé cuál es el paso siguiente, dejame despedirme de mi familia”. Y las dejamos. También somos humanos.
Muchas veces nos piden si podemos avisar a un familiar, a una esposa, a un hijo… entonces agarramos nosotros un celular, sea personal, del médico o de quien se ofrezca, y enviamos el mensaje.
Los enfermeros acompañamos emocionalmente a los pacientes, y por ahí les decimos: “Tené un poco de paciencia, porque esto lleva tiempo”. O: “Estás mejorando un poco”. Pero de la información específica sobre cómo va o del tratamiento, se encargan los médicos.
Lo mismo pasa cuando te preguntan los familiares: a nosotros no nos corresponde dar el parte, así que tratamos de mantenernos al margen.
Sí nos tocó mucho acompañar en el momento del fallecimiento, cuando algunos pudieron venir a despedirse. Y es bastante fuerte…
Va en cada persona. Pero no vas a ser más o menos profesional por no estar ahí acompañando. Cada uno reacciona diferente. Y también se le da el espacio al familiar, porque capaz que vos querés estar acompañando y el familiar quiere estar con la persona a solas. Entonces también hay que entender y respetar: esa sí es nuestra actividad.
La verdad, nunca pensé qué hacer en un caso así.
Igual, creo que lo que uno piensa o dice que va a hacer, después termina siendo diferente. Por el tipo de familia que encontramos. O porque iba a hacer tal cosa y en el momento no me salió. O porque estaba ocupada, entonces no pude acercarme.
También tiene que ver con la personalidad de cada enfermero y de la situación: si te salió agarrarlo de la mano y contenerlo de esa forma, o si simplemente lo escuchaste, o si no pudiste porque te superó la situación y te tuviste que ir…
Yo generalmente me quedo con el paciente. Pero si hay alguna situación que me recuerda algo muy personal y por equis causa me hace mal, educadamente me retiro de la situación. Y si es necesario, le pido a algún compañero: “Cubrime, porque yo no puedo”. Eso también aprendí a decirlo: “No puedo con esto”. Y pedir ayuda. Pero generalmente estoy ahí.
Ya me conozco. Sé qué situaciones me afectan, así que directamente las evito.
Y soy más de escuchar. Muy pocas veces digo algo, porque quizá en el afán de querer ayudar, metés la pata. O decís alguna palabra que puede molestar. Entonces prefiero escuchar: tratar de calmar y acompañar, más que nada.
Las frases que más recuerdo de los pacientes son:
“Tengo miedo”. “No quiero que me pongan esa máquina, sé que me voy a morir”. “Sé que no salgo”.
Tal vez lo buscan en internet o les pasó con alguien, pero te dicen: “Sé que si me conectás, no salgo”. Entonces tratan de hacer todo para no llegar a eso.
Nosotros no decimos nada, porque nunca sabés cómo va a responder el cuerpo de la persona, por más que tengas un 80 % de seguridad…
Gracias a Dios, no me tocó ser parte de despedidas.
Sí me ha tocado decirle al médico: “Pepe quiere el celular para despedirse”. Pero traté de no estar en el momento. Es muy personal y tenés que dar espacio para que la persona diga, exprese, haga lo que le salga. Y además, creo que no podría, entonces lo evito.
Escuchar que se están despidiendo, sí me tocó. Es horrible… Muchas veces escuchás que se dicen cosas muy fuertes entre los familiares, y nunca pensás que trabajando de esto te vas a enterar de un millón de cosas. Pero trato como de apagar los oídos o de irme lejos, hacer otra cosa.
Después de todo este tiempo, no sé si nos sentimos más valorados como enfermeros, pero creo que sí se tomó más conciencia de lo que hacemos.
Al comienzo de la pandemia, los pacientes pasaban mucho tiempo internados. La mayoría de las veces, solos, sin recibir visitas, entonces les comentaban a sus familiares. Ellos veían que no es solamente “Me ponen el suero y controlan las gotitas que caen”, sino que es contención emocional.
Además, pasábamos muchas horas: fueron enfermándose compañeros y era cubrir turnos, cubrir los baches que quedaban.... Creo que se dieron cuenta de eso, de que no es algo tan simple como se lo ve.
Nunca me creí una heroína y tampoco me creo responsable de las cosas que se dijeron y cómo atacaron a colegas. Entiendo también que a la gente se le mintió mucho en muchas cosas: los famosos antivacunas, los provacunas, los que decían “El Gobierno nos está mintiendo” y “La farmacia no sé qué”...
Traté de mantenerme al margen. Hago mi trabajo con la mayor responsabilidad y empatía posible, y nada más: hasta ahí llega lo que puedo hacer.
Los reclamos siguen… El sistema de salud está complicado desde hace muchos años. Con la pandemia salió a la luz, pero los problemas vienen desde antes, como la cantidad de personal, que siempre fue escaso.
Las cosas se fueron solucionando en el momento, como para pasarla, pero solución, solución real, que mejore nuestra calidad de trabajo, no hubo.
El sueldo de enfermería varía mucho si estás en un privado o en una institución pública. Cuando arrancás, son 40.000 pesos. Y menos también. En un privado tenés cosas extras que la misma institución da, como presentismo, que te van sumando, pero es precario. O sea, familia tipo con 40.000 pesos no vive. Por eso, muchos de mis compañeros tienen doble trabajo.
Por cábala, en el hospital no podemos decir: "La guardia está tranquila”. Pero la situación actual no tiene nada que ver con la de antes.
Cuando ingresa un paciente con covid o sospecha de covid, ya no nos alborotamos. No es un: "Ay, viene, ¿qué preparo? ¿Cómo viene? ¡Ya me cambio!". Lo esperamos como a un paciente con otra patología: preparamos las cosas y estamos tranquilos.
El último tiempo tuvimos menos ingresos. Pero la gente que entró, no se recuperó; esa es la parte negativa. Son adultos, adultos jóvenes, con patologías previas. Y si tienen o no la vacuna, es variado.
Si me preguntan qué quiero, quiero que esto se termine de una vez por todas.
Si me preguntan qué creo, creo que vamos a aprender a convivir o tenemos que aprender a convivir con esto.
Espero que no sea tan mortal, que se encuentre algo específico, como la vacuna de la gripe que todos los años te la ponés y hay cepas diferentes pero no te matan.
Hoy, después de estos 2 años de pandemia, la verdad es que no sé si valoro más la vida, como dice alguna gente, pero sí creo que el estar tanto tiempo encerrada y sin poder convivir naturalmente me ayudó a conocerme mucho más.
A conocerme más que nada en las cosas débiles. Yo pensaba: “¿Cómo un enfermero va a llorar por un paciente?”, porque tratás de no involucrarte. Y me pasó. Entonces aprendí que me puede pasar de todo.
📹 Para ver el testimonio completo de Milagros, entrá en este enlace.
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