🥰 “La alegría de vivir”: Betty y Osvaldo, medio siglo caminando juntos desde Tiro Federal
Nuestra gente, los barrios y las buenas historias que nos rodean.
Texto, fotos y video: Belén Uriarte / Editora de 8000
—Antes de la pandemia íbamos a todos lados —dice Betty—. Almuerzos, cenas, bailes…
—¡Nos gusta mucho la joda! —interviene Osvaldo—. La gente se divierte, hacemos trencito, ¡todo!
Florentina “Betty” Dicchi De Conti está por cumplir 73 años. Osvaldo Pallotti tiene 79. Llevan más de medio siglo juntos.
Se casaron en 1969 y desde entonces viven en Tiro Federal, frente a lo que fue “El Viejo Tropezón”, aquel legendario bar de Liniers y Rivadavia; su nombre sobrevive junto a la puerta.
Osvaldo siempre vivió ahí. Betty es oriunda de White y se mudó tras la boda; dice que si bien ahora a Tiro lo siente más propio, también tiene su corazón allá en Comercial.
Los 2 coinciden en que lo más lindo del barrio son las relaciones que construyeron.
Tienen 2 hijos: Claudio y Vanesa. Y 4 nietos: Federico, Catalina, Juana y “una en el cielo, que se llamó Juliana”.
Si algo los identifica y une, es la energía y la pasión por lo que hacen.
Osvaldo pasó por un montón de trabajos.
Arrancó como lechero, estuvo en una casa de películas, pasó por una bodega, vendió golosinas en los cines, fue mozo, trabajó en un mayorista, hizo repartos en bicicleta y aún atiende el puesto de cubanitos “La Cabrita”, en el Parque Independencia.
—Vendemos un montón, sobre todo los comunes —le dice Osvaldo a 8000—. Los domingos se venden 2 o 3 cajas, y cada una tiene 300 cubanitos. El secreto es el producto fresco, el buen dulce de leche y la atención.
Lleva 43 años en la misma: va sábados y domingos, y lo que más disfruta es hablar con la gente. Casi todos lo conocen y reconocen y para su cumpleaños recibió más de 100 mensajes.
—No soy dueño, pero cuido el puesto como si fuese mío.
La verdadera pasión de Osvaldo es la música. Desde que era chico: un día su mamá lo mandó a comprar un lavarropas y él volvió con una batería…
Fue la primera que tuvo y lo acompañó en sus primeros pasos:
—Me gustaba más la orquesta que trabajar de mozo, y cuando podía rajar con la orquesta, rajaba. Estuve como músico en Telenueva, íbamos a fiestas por todos lados y hacíamos carnavales. El último grupo fue el Trío Bahía.
Dejó de tocar hace unos 6 años por falta de compañía: necesita alguien con acordeón.
—Cuando consiga, voy a empezar de vuelta. Extraño tocar. Ojalá tuviéramos lo de antes. Recorrimos todo con la música, la gente apoyaba, era todo familiar… Nunca me cansaba: acompañaba tangos, milongas, ¡todo!
Mientras Osvaldo relata sus pasos como músico, Betty recuerda algunos de sus grupos: Los Caballeros del Ritmo, Los Pernanbuco, Habana Jazz…
—Antes hacía bailar a la gente, ahora me gusta bailar a mí. Estoy un poco embromado de las piernas, pero vamos a arrancar de vuelta —promete Osvaldo.
—Tiene una voluntad bárbara y eso es lo que lo salva: la voluntad de querer salir a hacer cosas —asegura Betty—. Si es por él, no está nunca dentro de la casa.
—No sirvo para estar encerrado. Si viene uno con un acordeón, ¡vamos! Llevo la música adentro: me siento en la batería y me olvido de todo.
Osvaldo no para, pero Betty no se queda atrás.
Integra el coro municipal de mayores, forma parte del Centro de Jubilados que está dando sus primeros pasos en Tiro Federal y participa de la asociación Sembrando Sueños en la Bahía, que promueve la lectura en voz alta.
—Como Osvaldo es un apasionado por la música, yo soy una apasionada por la lectura —dice Betty—. Con la asociación vamos a leer a las escuelas. En la pandemia, yo leía, Osvaldo me filmaba y le mandaba los videos a la coordinadora.
Cuenta que ahora están en el punto digital de Villa Mitre (Garibaldi 149) e invita a la comunidad a acercarse los miércoles a las 15: no hay límite de edad.
—Estar con los chicos es lo más lindo que hay, son tan inocentes, tan lindos. Ellos no se fijan si sos grande. Hay muchos chicos carentes de afecto; cuando nos vamos, nos preguntan “¿Cuándo vuelven?” y se agarran, ¡no quieren que nos vayamos!
Con tanta actividad, la cuarentena estricta se les hizo insoportable.
Betty y Osvaldo sufrieron mucho. Al principio tenían miedo, se asomaban por la ventana y saludaban a los gendarmes que pasaban por la calle. Después, de a poco, empezaron a salir.
Ella destaca que tanto en los buenos como en los malos momentos han estado juntos. Y asegura que la clave es la paciencia, de un lado y del otro.
—Hemos tenido nuestras cosas, porque en 53 años no voy a decir que nunca tuvimos un “sí” ni un “no”… Pero lo principal es estar juntos.
Y tirar para adelante. Siempre.
—Ahora nos frenó un poquito la pandemia y la salud de Osvaldo, pero vamos a volver, tenemos esa esperanza. Quizás más lento caminaremos, pero seguimos.
El paso de los años
Osvaldo conoce Tiro Federal como la palma de su mano.
Recuerda que cuando era chico todos pasaban por la calle Liniers: era la pasarela principal, el arroyo estaba descubierto y había un puentecito.
Con sus amigos pescaban bagre, hacían fogatas y corrían carreras en una pista de bicicletas que habían construido en Parchappe.
—Era todo tierra y había un solo farol, pero acá no había problema. Eran las 12 de la noche y todavía estábamos jugando.
El hoyo pelota, el balero, el salto de rana, la arrimadita, los carnavales y las figuritas también formaron parte de su infancia y juventud.
Y por supuesto, el club Tiro Federal, que cobró otro sentido cuando se agrandó la familia.
—Mi hijo jugaba de arquero y todos los padres íbamos —recuerda Osvaldo—. Yo hacía chorizos, vendía caramelos, juntábamos plata para los pibes.
Hoy la dupla tirense también frecuenta otros lugares, como Las Tres Villas, donde su nieto practica atletismo, y la Plaza del Algarrobo, que “la acomodaron y quedó linda”.
El aguante de Tiro
El bar “El Viejo Tropezón” tuvo momentos complicados. Y, cansados de las peleas que se armaban, Betty y Osvaldo pensaron en mudarse.
—Estábamos decididos. Ya casi habíamos alquilado un departamento en el centro, teníamos las cajas para guardar las cosas y él se puso mal —recuerda Betty—. Entonces dijimos: “Algo tenemos que hacer”, y empezamos a hablar con los vecinos.
La gente del barrio les pidió que no se fueran. Y entre todos juntaron firmas.
—Pudimos quedarnos... Menos mal, porque él iba a sufrir.
—Yo estoy feliz en Tiro —dice Osvaldo—. Y acá nos vamos a quedar.
—El año que viene, si Dios quiere, él cumple los 80, así que ya estoy pensando en hacer una linda fiesta, divertirnos, bailar —anticipa Betty—. Siempre nos hemos disfrazado y todos se prenden.
—A nosotros nos gusta todo eso: alegría, alegría, ¡la alegría de vivir!
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