🎊🎨 Bahía Blanca, una pinturita para su cumpleaños 195
Una recorrida por nuestras calles durante la semana del aniversario, los personajes y sus voces y sus miradas: un coro visual sobre la ciudad cumpleañera.
Por Maximiliano Buss | Especial para 8000
Nicolás empuja con el dedo una bolita de algodón en su oreja. Con la otra mano sigue dándole y dándole con un palo a un colador de metal como espejo, que está al lado de una lata de conserva aplastada, chatita, envuelta con una bolsa verde de nailon, que está al lado de una tapa de olla vieja, que está al lado de una tapa plástica de un balde de aceite para motor, de esos de 20 litros.
Nicolás está en una esquina de la plaza Rivadavia, en Sarmiento y Zelarrayán: desde la pandemia. Tiene 30 años. No quiere una entrevista con nadie, me avisa.
Y los mira a todos pasar. Les mira la cara, las manos, los pies.
Y toca:
Olla, lata, lata, lata,
olla, colador, lata, lata
olla,
tapa, tapa, tapa, tapa, tapa,
olla, colador.
—Yo compongo lo que a mí me sale. Es música resiliente. A veces es medio triste y otras la intento levantar. Por los tiempos que estamos viviendo, viste. Bastante difíciles. Entonces levanto la vibra: cambio de sonido, le meto volúmenes —cuenta—. Se me han acercado para decirme que les cambió el ánimo, el ritmo de la caminata o hasta que se les ocurrió una idea...
Tapa, tapa, tapa, tapa, tapa,
lata.
—En la vida uno tiene que despertar las emociones. Salir del pozo —dice Nicolás—. A veces no tenés una supercrisis, pero. La rutina te baja al pozo. Y acá por eso se drogan: porque buscan levantar.
Marcos (se presenta así: a secas, y ni siquiera da su edad pero no supera los 30) vende laja peruana "de la buena" y flor de la planta de cannabis.
—La podés probar al toque. Si te gusta, te la llevás. Sin vueltas. El gramo de merca está 5 (mil) y tengo hasta 3 ahora. La flor, 5 gramos a $ 5.500 y te puedo traer hasta 15.
Se maneja con una repartidora que viene a la plaza, o no: donde le digas. Y muchas ventas las arregla por Telegram.
—No me vayas a cagar —advierte. Pero me da la mano, suave. Se ríe y se va caminando por Yrigoyen.
El viento tira un carrito con revistas y 2 mujeres de polleras largas (una marrón y otra azul), con el pelo suelto, corren a perseguir 3 ejemplares que se vuelan. Llevan 2 horas ahí, al solcito, paradas sobre la vereda, cerca del monumento a Rivadavia.
—¡Podés llevarte la que quieras! —me dicen, quizá con demasiado entusiasmo—. Nosotras somos testigos de Jehová. Estamos todos los días. Mirá: esta —se titula “La salud mental: la ayuda que da la Biblia”— es la que más nos piden. Es sobre cómo la Biblia te ayuda con tus miedos, frustraciones, insatisfacciones. Hay mucho de eso. Acá siempre se acercan a pedir consejos, a que los escuchemos. Buscan algo que los alivie.
—¿Y ustedes qué les dicen?
—Que nuestro creador, Jehová, sabe lo que pasamos y nos quiere cuidar.
Un señor canoso de boina para. Frunce; mira en silencio. Ellas le devuelven la mirada. Hay algo de perplejidad en esta escena.
—¿La 319 dónde para? —pregunta el señor canoso.
Y ellas no saben.
Entonces yo le digo que creo que enfrente: le señalo el Juzgado Civil N° 1.
—¿Donde está el negro? ¿O más adelante?
—Ehhh, sí. Donde está el negro. Digamos.
El negro.
Se llama Paul, tiene 42 y es de Angola; sus 3 hijos nacieron en Bahía. Se vino en 2013 y vende anillos, cadenas, pulseras, gorras, relojes. Y no me quiere contar mucho más: dice que la policía lo persigue.
—Si uno viene, me roba y le hablo al policía, me agarra a mí y no a ese. Por eso no salgo de casa a ningún lado. Sólo trabajo desde temprano hasta ahora de noche, voy a la iglesia católica Nuevo Pueblo y de ahí a casa.
—Perdón, ¿fundas para celular tenés? —le pregunta un chico.
—No, no, no, no.
El pibe sigue caminando para ver si consigue, esquivando mochilazos de pibitos del Don Bosco que encaran, alguno masticando chicle, otro explicando algo sobre una derivada, un grupo de chicas hablando de quién se come a quién. (Aparentemente, Valen estuvo con Mili el finde pero esto no lo debería leer Ari, porque, si bien no están seguras, la cagó).
Y no es el único, parece:
—¡Che, gordo! ¿No me das una mano? Necesito el mejor ramo que tengas porque hace 3 días no vuelvo a mi casa.
—JAJA.
Ricardo García vende flores en la esquina de O’Higgins y Chiclana. Está sentado con su canastita de mimbre en la ventana de Grand Central.
—¿Cuántos años creés que tengo? —me pregunta.
—Mmm, ¿60?
—¡Señor, gracias por no darle buena vista a este pibe!
Ricardo tiene 71. Y dice que está joya, pese a ser un hombre atropellado: una vez, una camioneta lo empujó como 25 metros y otra, un motor de 3 toneladas le golpeó el pecho, cuenta, casi orgulloso.
—Soy nacido y criado acá. Todos me conocen por mi carrito, que no lo tengo más. Pero las flores son las mismas. Tengo crisantemos, rosas, gerberas, astromelias. Yyy… tenés distintos ramos.
—Perdón, buen día, ¿a cuánto están? —le pregunta una señora.
—Tiene estos de 700 y estos de 1.000, señora.
—Bueno, voy al banco y cuando paso, compro.
Según Ricardo, la gente ahora se fija mucho en los precios. Antes no. Y compran más las mujeres:
—Las llevan para la casa o para el cementerio. Los hombres compran para salvarse.
María Aguilar apura el paso para que no la pise la 504 en la primera cuadra de Chiclana. Lleva 13 años juntando cartón.
—Arranco de Colón al 1.200 y voy todo por Juan Molina hasta Panamá, después vengo haciendo zigzag por Estomba y vuelvo. En toda la ciudad el tránsito es pésimo. No respetan a nadie: ven un cartonero y parece que se lo quieren llevar puesto.
Pero María también cree que los bahienses somos muy solidarios.
—Cuando empecé, encontraba alimentos: polenta, comida elaborada, pancitos. Eso ya no.
Este mediodía de martes va cargada sobre todo de cartón. Dice:
—La gente aprendió a reciclar.
Unos 175 kilos de cartón lleva María. Con 47 kilos, un jean apretado, un suéter rosa de lana apelotonada.
—Después de esto, imaginate… ¡no necesito gimnasio! —le escucho bajito, porque usa un barbijo de tela.
María tira del carro unas 6 horas. El invierno es mejor para ella, aunque al final le da igual:
—No me importa mojarme. Piso escarcha, paso 40 grados, me corren los perros. Se me gastan las zapatillas, pero yo sigo.
Hablan. Los zapatos, para Juan, hablan. Juan empezó a lustrar hace unos 20 años, siempre en las escalinatas del Palacio Municipal. Vino de Río Colorado y acá formó familia.
—Todos pasan apurados, con ojeras, corriendo, con impuestos en la mano, cargados con bolsas de compras, con cara de preocupados. No paran. Y si paran, es para ver el celular.
Astor mira desde enfrente, su pelo largo y canoso con un rodete. Pero no presta mucha atención. Él sí que no tiene apuro. Está atrás de un hilo de humo que sale de un sahumerio.
—La gente vive alterada. Bueno, acá me piden muchos aromas que son dulces y que te bajan un cambio. ¡El palo santo! El palo santo lo llevan muchísimo, como si fuese milagroso.
Después le eligen mucho las varillas de jazmín, lavanda, coco, vainilla, las maderas del oriente. O la reina de la noche.
Carla anda cerca de la cancha de Olimpo y el predio del ferrocarril, entre los árboles. Donde la luz no la alcanza. Tiene unas bucaneras de color negro, una minifalda negra, un top negro. Y pelo negro.
Hace poco empezó a cobrar por sexo. Fue en el verano, cuando una amiga le contó lo que ganaba:
—Y me prendí. Estoy cobrando la hora $ 3.000 completo. Puedo hacer un oral por menos, lo vamos viendo.
Acá viene cada tanto, cuando no sale nada con quienes llama “clientes fijos”.
—La verdad es que siempre me trataron bien. Todos tienen entre 45 y 50. Algunos con familia. Me cuentan sus problemas: es un desahogo. Cuentan poco, pero son gentes solas.
Solo un gusto.
—¿Cuál es EL gusto de los bahienses?
—Dulce de leche granizado. Sin la menor duda —dice Liliana Aranda, que lleva 41 años sirviendo helados en la París de Brown y Undiano: 41 años hundiendo la cuchara cotidianamente en esos potes de tanto colorido gusto.
—Prendete, Hacke: ¿con qué rimás “colorido gusto”?
—Con “sonido justo”.
Hacke es Andrés Peña, tiene 21 años y desde 2015 persigue ese sonido que lo lleva esta tarde hasta las paradas de la 504 y 506, para hacer unas rondas de improvisación con palabras que le sugieren los pasajeros.
—¿Cuáles son las que más te tiraron hoy?
—Amor, familia, lealtad.
Dice que siempre participan más los chicos.
—Una nena mientras íbamos en el colectivo me vio que agarré el celu para poner el instrumental y me dijo: “¡Ehhh, lo tenés armado y lo vas a leer…!”.
Y no: nada que ver. Hacke es libre.
—¿Te animás a improvisar un rap sobre lo que ves de Bahía?
—¡Claro! ¿Con qué palabras?
—Las que te salgan.
Y le mete, así:
Yo, yo, yo me siento libre,
nadie puede limitar lo que siento
a menos que lo haga yo, por supuesto.
Todo lo que ahora brota del cuerpo;
voy a hablar de Bahía, la cuna del talento:
Ginóbili, Palacio, Lautaro Martínez,
algún otro bahiense que rompió algún récord Guinness.
Yo no lo sé y ahora sale el líder,
sale un talento nato como este pibe,
o algún otro que hace freestyle,
que hace arte,
arte sano en Bahía,
por todas partes.
¡Es impresionante!
Naturaleza y la ciudad:
las 2 combinan este arte
y esta forma es impresionante.
Yo creo que Bahía no es reemplazable,
acá hay gente que disfruta el baile,
hay movimiento,
se respira un fresco aire.
Hacemos lo que hacemos
si podemos todo honesto.
Partes de este cuerpo,
de lo que sabemos hacer
como un arte perfecto,
y si no lo hacemos bien,
bueno, nos lleva el viento.
El viento sopla
un calor genuino,
calor o frío, los dos investigo.
Demasiado sentido, en realidad,
cuando hace frío hace frío, pero de verdad,
frío polar
parece que esta forma drástica,
¿me encuentro en Bahía
o en la Antártida?
No sé, no entendí, mi pana,
y cuando hace calor
en el desierto del Sahara
y acá, allá, nos conocemos,
eso es lo que pruebo
y por eso es que yo quiero
a Bahía, mi ciudad,
en la que sí vemos gente con talento,
pero bueno, aprobemos todo eso.
Vamos a dar oportunidad
a aquel que está en la calle
y está en lo musical,
no entiende todo esto,
lo contrario, los que son artistas en la calle
tienen que estar en los escenarios
y no lo entiendo, por eso a diario
encuentro talento nato
dentro de estos barrios
dentro de lo que somos
y de lo que sabemos hacer,
Bahía hoy manda
porque sí que tiene poder.
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