#SeresBahienses | 💄 Damián Segovia, maquillador: hacer bien lo que te pinta
Nuestra gente, nuestra mirada, nuestra ciudad.
—El maquillaje es todo. Cuando estoy muy mal, me reconvierto al arte. Me hace bien agarrar ese momento feo y transformarlo en algo mucho mejor. Es como una resiliencia.
Así se planta Damián Segovia, de 38 años y maquillador artístico.
Esto que hace es un amor que nació de chiquito: ya en el jardín se sentaba en una mesita a pintar y dibujar mientras los demás corrían atrás de la pelota.
Y otros 2 episodios lo acercaron al maquillaje:
cuando le rayó el ropero a su mamá con un delineador y un lápiz labial, y
el día que abrió un cajón del baño de su abuela y agarró el lápiz color rojo bermellón.
Andaba por los 7 y 8 años.
—Hice trac, trac, trac —dice Damián, simulando que se pinta los labios—. Dije: “¡Ay, qué lindo!”. Y empecé a sacarlo, porque no sabía si estaba bien o mal.
Ahora lleva 15 años maquillando y asegura que si bien la profesión no le marcó una diferencia económica, la volvería a elegir:
—Lo que me da en cuanto a felicidad, experiencias, anécdotas, no tiene precio. Puedo decir que me acuesto con una sonrisa y me levanto con una sonrisa: no hay momento en que diga “No me gusta lo que hago”. Lo que no me gusta, no lo hago.
Pero antes de llegar a este momento tuvo que hacer un largo recorrido, por supuesto.
Cuando terminó el colegio se vino desde Tres Arroyos para estudiar Ingeniería en Alimentos. Se recibió, dio clases particulares y hasta trabajó en laboratorios privados. Pero había cosas que no le gustaban y dio un paso al costado. Recién entonces decidió apostar 100 % al maquillaje.
—Tuve la suerte de que como soy muy cabezón, yo digo “Me gusta lo que hago” y le pongo onda, no le aflojo —le cuenta a 8000 Damián, que al comienzo sostuvo un trabajo en una panadería para poder comprar los materiales que necesitaba.
No eran de primera marca, pero le permitieron empezar.
El tiempo no espera, dice: si te detenés, no crecés. Por eso, si bien hoy en sus clases aconseja buenos productos, también pide no dejar de hacer cuando la plata no alcanza. Hay que seguir, con lo que se pueda.
—Mientras quede prolijo, me pueden maquillar con el dedo del pie que a mí no me interesa. El mundo del maquillaje es muy elitista: tenés lo mejor y sos lo mejor, o es esto. Y a mí eso nunca me gustó: siempre fui en contra de la corriente, en todo.
También dice que fue de atrás para adelante: “cabezón y autodidacta”, arrancó con el maquillaje artístico y se enamoró por completo del trabajo, aunque después entendió que para vivir de esto necesitaba dar un paso más.
—El maquillaje social es el que te da de comer y el artístico es el que te permite ser feliz. Cuando me di cuenta de eso dije: "Voy a tener que estudiar".
Ya recibido, hubo un episodio que lo marcó mucho. En una especialización a cargo de Gervasio Larrivey ligó un tremendo elogio: “Me parece fantástico lo que hacés, pero te faltan herramientas”.
Y le regaló su primera brochera profesional y una paleta: eran 12 pinceles y 5 polvos para hacer la técnica de esculpido que permite modelar el rostro.
—¡Yo, feliz de la vida! —dice Damián—. Ese día subí a Facebook una foto maquillado (que es por eso que me conocen acá, por el automaquillaje) y mostrando la paleta.
Andrea Pellegrino, la marca de la paleta, vio la publicación, le gustó y lo invitó a una exposición con maquilladores de todo el país. No había plata de por medio y Damián no tenía ni idea de cómo llegar a Buenos Aires, pero fue: tenía que hacerlo.
Al tiempo, dejó su puesto en el centro de estética bahiense Piaff: se puso por su cuenta y Andrea Pellegrino le propuso un contrato por períodos. Así empezó a repartirse entre acá y allá.
—Capital es una puerta a un montón de cosas y la aproveché. Mi profesión depende de mí, por eso dije: “Bueno, chau, empiezo a viajar”.
Trabajó 10 años con esa firma, siendo técnico maquillador de la línea, viajando por toda la Argentina e incluso representando al país y capacitándose afuera.
Para Damián, el maquillaje como profesión es una herramienta de reconversión; podés mutar y después llegás a tu casa, te lavás la cara y volvés a lo que eras: podés explorar otras cosas y crecer.
El buen gusto y la técnica se pueden entrenar, dice, pero hay algo fundamental que el maquillador debe tener: motricidad fina.
—Tenés que tener muy buen manejo de las manos, algo que tuve desde chico, para poder trabajar con todo esto en miniaturas y luego maximizarlo y llevarlo al cuerpo.
Y hay que entrenar, claro.
—Soy bueno porque practico, más allá de que tengo una condición para el arte y la pintura, y de que tuve una madre que fue mi primera maestra y me enseñó todo.
Damián agarra un pincel y con su mano derecha maquilla el ojo de su modelo, mientras mantiene el párpado hacia arriba con la izquierda. Camina de un lado al otro y cada tanto relojea el espejo para ver cómo va quedando y le pregunta: “¿Te gusta?”.
Le encanta tener libertad para trabajar, pero hay algo muy importante que el maquillador debe lograr: la comodidad de quien tiene enfrente.
Muchas veces son hombres. Cada vez consultan más:
—Hay una sed de querer expresarse que acerca a los chicos a buscar el maquillaje como herramienta de transformación, porque se expresan y muestran lo que son.
Se inspira con la naturaleza. Y la clave es detenerse y contemplar, porque si bien “todo está inventado, el artista debe darle un vuelco distinto”: poner su impronta.
—Yo me baso en eso y en la frase que dice: “Si lo puedes imaginar, lo puedes lograr”.
Este camino artístico asume ciertos sacrificios. Y no se arrepiente de ninguno.
—Los sábados, por ejemplo, trabajo hasta las 9 de la noche y por ahí me están esperando en una cena y cuando llego me dicen: “¿Por qué tenés que trabajar tanto? ¿No te cansás?”. Y no, no me canso. Me cansaría si trabajara como químico.
Ya instalado en el ambiente, con un nombre hecho y cierto estilo propio, también puede dedicarse a otra debilidad: la enseñanza.
Y agradece haber llegado a lugares antes impensados, y trabajar con famosas y celebridades como Moria Casán, Lizy Tagliani y Lourdes y Lissa de Bandana.
Damián cuenta que Lizy vino hace unos años a una fiesta gay, y le canceló su maquillador justo antes del show:
—Me preguntan si la puedo maquillar. Y digo: “No, tengo que terminarme a mí, tengo que terminar a la gente…”. Me dicen que me pagan lo que sea, pero otra vez: “No”.
Le cortaron. Pero al rato sonó otra vez el teléfono: “¿Y si ella va a tu casa?”.
—Les dije: “No tengo ningún problema, estoy maquillando en la cocina y está llena de gente. Si ella no tiene ningún drama y se banca todo esto, excelente”.
Y Lizy terminó sentada en la cocina de Damián, su salvador de la noche.
Años más tarde le devolvió la gentileza: volvió a Bahía para una función en el Teatro Don Bosco y fue Damián quien la maquilló, como un autorregalo por su cumpleaños.
—No soy de contar estas cosas —dice Damián—. No me interesa que se sepa de mi vida, porque lo que quiero dejarle al mundo es esto: podés maquillarte, podés ser varón y que te guste el maquillaje, y está todo bien.
Y no se anda quejando, Damián:
—Me termino de maquillar y me duele un montón la cintura, cada vez estoy más grande, se me acalambran las manos, pero sinceramente es súper satisfactorio. Nada que no se puede arreglar con un masajito, un buen vino, una comidita y ya.
💪 Bien de acá
Damián se declara bahiense por elección: al terminar la secundaria en Tres Arroyos, su mamá le señalaba Tandil porque allá había parientes y era más económico. Y él se negó:
—“Yo me quiero ir a Bahía", le dije. Y mi mamá: “Pero nosotros no te podemos pagar”... “Voy a arrastrarme y me voy a ir a Bahía Blanca; voy a comer arroz, no me importa”. Y de cabezón me vine acá.
Le parece una ciudad fascinante, que tiene un ritmo y un montón de cosas que “quizás al bahiense le quedan cortas porque nació acá, pero para mí es un montón”. Por eso siempre la vuelve a elegir.
—La ciudad está enorme. Hay mucha más población y hay muchas más opciones. Tiene universidades, parques, shopping, teatros… Para mí, es como un parque de diversiones, con el condimento de que puedo ir a mi ritmo.
Si bien le parece muy cara, también reconoce que “no se puede el oro y el moro”. Lo importante es que acá puede ser y hacer lo suyo:
—Sólo hay que saber entender al bahiense: cómo se mueve, qué es lo que quiere, y conectarse con la gente.
Damián siempre supo lo que quería y hacía ahí fue, con su impulso y el incansable apoyo de su mamá Nancy y de sus hermanos Nicolás, Matías y Ezequiel:
—Han aguantado de todo y me han defendido cuando me gritaban “trolo”, “maricón”…
Con Mario, su papá, fue otra historia y recién recompuso la relación a los 30 años, tras “procesar y entender que hizo lo que pudo con lo que tenía”.
—A la edad mía ya tenía 4 pibes, ¡tremendo si me lo pongo a pensar! Pero yo lo sané y lo perdoné, por así decirlo, y esos prejuicios que yo sentía que tenía se fueron por la cañería, porque eran miedos…
Así pudo disfrutarlo un tiempo al padre que jamás había tenido.
—Y se fue de gira… Vos hoy me preguntás “¿Cómo fue tu papá?”, y te digo que fue una gran persona: se ha sacado las zapatillas para dármelas y que pudiera ir a la escuela.
—¿Y tu mamá?
—De mi vieja no hablo porque se me caen las lágrimas. No es un ser de este planeta.
Damián anda con las expectativas bien definidas: seguir trabajando con el maquillaje, que lo llamen por su nombre y no por pertenecer a determinada línea, viajar y enseñar más.
—Quiero fomentar desde muy chiquitito que si te gusta algo, lo hagas, porque eso no dice si sos buena o mala persona. Te podés poner lo que se te antoja, mientras no interfieras en la vida del otro y digas “buen día”, “permiso”, “por favor”, “gracias”…
—¿Qué le dirías al Damián de los 7 años?
—Que se puede, que no tenga miedo. Que no se preocupe, que va a estar todo bien en la vida —dice, con la voz entrecortada—. Que está bien como es, que no tiene por qué rendirle cuentas a nadie y que como existe está perfecto.
Producción, videos y edición audiovisual: Tato Vallejos
Producción y texto: Belén Uriarte
Fotos y videos: Eugenio V.
Idea y edición general: Abel Escudero Zadrayec
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