#SeresBahienses | 📚🙋♀️ Laura Faineraij, bibliotecaria: un montón de páginas inolvidables
Nuestra gente, nuestra mirada, nuestra ciudad.
―La Biblioteca Rivadavia es mi casa ―le dice a 8000 Laura Faineraij, que tiene 58 años y lleva 30 trabajando en ese hermoso e histórico edificio de la primera cuadra de avenida Colón, donde funciona una de las instituciones bahienses más relevantes.
🏛 Laura le conoce cada rincón: empezó en atención al público, en la época del furor de las fotocopias, y pasó por distintos sectores hasta convertirse en la directora.
👩🏫 La lectura es una de sus 2 grandes pasiones. La otra es la docencia: enseñó en escuelas durante 28 años, hasta que se jubiló en 2015.
Laura aprendió a leer cuando tenía 4 años, casi sin darse cuenta. En ese entonces vivía en Buenos Aires: su papá Carlos Faineraij trabajaba en una fábrica y su mamá Julia Starosiletz tejía, cosía y atendía los quehaceres de la casa. La familia se completaba con Adriana, su hermana mayor.
―Cuando mi papá volvía de trabajar, siempre traía La Razón ―recuerda―. El diario pasaba por distintas manos y la última que lo agarraba era mi mamá: cansada, después de trabajar todo el día, se iba a la cama con el diario y yo me acostaba con ella. Quería que me diera bolilla, entonces le decía: “¿Y acá qué dice?”. Y mi vieja me decía: “Acá dice...”. “¿Y acá que dice? ¿Y acá?”... Y así aprendí a leer.
También de aquellos tiempos viene cierta vocación docente: jugando con sus muñecas, las formaba en fila y les daba clases...
A los 22 años, tras estudiar magisterio en la Escuela Normal Superior N°10 de Buenos Aires, Laura se mudó a Bahía Blanca: su lugar en el mundo.
👉 Acá ejerció la docencia. Pasó por distintas primarias y dedicó 21 años a la escuela 34 de Ángel Brunel y Fitz Roy, donde se retiró como bibliotecaria de la secundaria.
👉 Acá reforzó su pasión por los libros. A principios de los 90, cuando estudiaba bibliotecología en el Instituto Avanza, frecuentaba la Rivadavia en busca de material, y un día una de las chicas que la atendía le comentó:
―Mirá, hay una vacante. ¿Por qué no hablás con la directora?
Laura no conocía a Raquel Lamarca pero fue a verla igual: le contó que estaba a punto de recibirse y se ofreció para el puesto. A los 2 días la llamaron.
Arrancó con lo básico, atendiendo al público y sacando fotocopias.
Luego pasó por los sectores de adultos, por el infantil y el juvenil, y también estuvo en la hemeroteca. Así fue descubriendo las entrañas de la institución.
―Siempre había sido socia y lectora, pero de afuera no ves nada: ves solamente a la persona que te atiende… De adentro vas viendo otras cosas, tanto del edificio como de la historia del edificio, y de las historias que te cuentan tus compañeros, los socios, y aquellas que se van formando a medida que uno va haciendo su trayectoria. Todo eso a mí me encantó.
―¿Cuál es la historia que siempre recordás?
―Han pasado muchas cosas… Cuando recién empezaba, una chica me dijo: “Quiero ese libro verde chiquito…”. “¿De qué es?”, le pregunté. Y no me sabía decir… “La otra señora me lo da….”, me decía. Pero la otra señora no estaba. Cuando volvió mi compañera, me dijo que era un libro de lengua, que estaba forrado en tapa verde… Otra vez, un señor mayor también dijo que quería un libro verde, pero no se acordaba el título: “Si yo voy abajo, lo encuentro”, decía. “Pero no, señor. Usted tiene que decir qué libro es para que se lo busquemos por el número”. Pero insistía, insistía; entonces bajó, y cuando se encontró con toda la cantidad de libros, porque en el depósito hay más de 100.000, salió despavorido.
―¿Encontrás similitudes entre la docencia y la biblioteca?
―Hay muchas similitudes y hay muchas diferencias. La escuela como institución es un universo aparte; tenés todo tipo de situaciones y es muy difícil sobrellevarla. Yo trabajé muy cómoda en la escuela 34, por eso siempre me consideré afortunada. La biblioteca escolar está inmersa dentro de la institución educativa, está metida en su vorágine, o sea, es parte de todo lo que pasa en la escuela; en cambio, las bibliotecas populares son otro universo: el que va, sabe que va a buscar algo relacionado con la lectura, con la cultura; es decir, a la escuela vas porque tenés que ir, pero el que va como lector a la biblioteca va con otra impronta, con otro espíritu, con otra necesidad, con otra búsqueda. Y el bibliotecario está para responder a esa búsqueda, que intelectualmente es un poquito más interesante.
A Laura le causa mucho dolor la baja de lectores: no sólo que vayan menos a la biblioteca, sino que cada vez haya menos gente que lea, que se instruya, que investigue, que se concentre:
―Y ojo: no estoy hablando mal de internet. A todos nos gusta internet. Me duele que mucha gente haya dejado de leer o que no haya leído nunca un libro o que nunca haya venido a la biblioteca —nos dice—. Me duele incluso por los jóvenes y las próximas generaciones, porque se pierden un hábito que te entretiene y te permite desarrollar pensamiento crítico, conocer otras culturas, intercambiar conocimientos.
📉 Hace 3 décadas, la Biblioteca Rivadavia tenía más de 6.000 asociados; hoy apenas ronda los 1.200. Y lleva años lidiando con problemas económicos.
💰 En 8000 mencionamos varias veces la crisis que vive la entidad y contamos algunas iniciativas para hacerle frente: por ejemplo, convertirla en un “verdadero centro cultural”.
―¿Creés que la Biblioteca Rivadavia se conoce poco en Bahía?
―Se conoce poco. Nosotros hacemos todo lo posible para difundir: tenemos redes (Facebook e Instagram), tenemos página, difundimos a los medios de prensa, tenemos listas de correos... Y hacemos todo tipo de actividades culturales, muchas actividades gratuitas, visitas guiadas, talleres… Pero bueno, siempre hay gente que me dice: “Ay, yo no conozco la biblioteca”. O: “Paso por la puerta y me da miedo entrar”. ¿Qué es lo que te da miedo? ¿Te van a comer?… Y es la entidad cultural más antigua de la ciudad: se fundó en 1882 y en 2008 fue proclamada patrimonio arquitectónico nacional. Para mí, es gravísimo que no la conozcan.
El sector general es uno de sus lugares preferidos: ahí se acercan sobre todo personas mayores en busca de novelas, literatura en general, best sellers, biografías, libros de política, de historia…
Los pedidos son variados, aunque siempre están los autores que no pasan de moda, como Gabriel García Márquez y Julio Cortázar, y aquellos más actuales como Isabel Allende.
👌 Entre los preferidos de Laura figuran Eduardo Sacheri y Roberto Fontanarrosa.
👮 También le gustan autores de la literatura policial sueca, como Stieg Larsson, Henning Mankell, Camilla Läckberg.
El sector infantil también atrae:
―Pero claro, tenés que tener otra visión ―nos explica Laura―. Hay que saber mucho de literatura infantil y conocer cómo se manejan los chicos, cómo incentivarlos con la lectura y cómo hacer que compartan ese incentivo con todo el bombardeo audiovisual que tienen hoy.
―¿Qué es lo más importante para motivarlos?
―Lo primero es contarle una historia o leerle un cuento, un poema, una canción, una rima, una adivinanza, algo que el chico quiera saber qué le estás diciendo, qué le estás preguntando, qué le estás contando. Ese es el pie para que siga preguntando, para que siga queriendo conocer historias. Hay que empezar acercándoles las cosas, para que ellos después vengan.
Laura lo hace a menudo: es narradora oral de cuentos y le gustan mucho los clásicos, aunque también disfruta de la sorpresa de los pibitos cuando les lee alguna historieta o les muestra algún libro de dinosaurios.
―¡Abren los ojos desesperados! No sé por qué les gustan tanto los dinosaurios, pero les encantan. Lo mismo el cuerpo humano: una vez querían ver cómo funcionaba el corazón, les puse un libro en la mesa y se sorprendieron, ¡algunos se impresionaron! Era una foto bastante explícita.
La biblioteca cuenta con más de 150.000 libros. La mayoría se pagaron.
―¡Cuando se pueden comprar! ―dice Laura―. Porque hoy en día los precios de los libros son tremendos... Siempre hacemos buenas compras cuando vamos a la Feria del Libro de Buenos Aires, porque la biblioteca recibe un subsidio del Estado para comprar a mitad de precio.
Y reciben donaciones, pero cada vez menos: a pesar de que la gente se contacta a diario, sobre todo para donar la biblioteca de algún familiar fallecido, el depósito está casi colmado. Sólo aceptan los libros que no tienen.
―Para las generaciones anteriores, incluso para la mía, la biblioteca era como un signo de estatus intelectual y a mucha gente le da lástima: “¿Qué hago con los libros? ¿Los tengo que tirar? ¿No te los puedo llevar?”. Y, no, 500 libros no podés traer…
El procedimiento para usar la biblioteca es sencillo: la persona va, pide un libro y puede leerlo ahí mismo. En caso de ser socio, también se lo puede llevar a su casa.
―Esa es la ventaja: vos te hacés socio, pagás una cuota, que es mínima porque está $ 2.700, y te prestamos 4 libros por vez. El préstamo es por 25 días y se puede renovar.
Además, el asociado puede autorizar a otra persona a retirar libros.
📚 La biblioteca funciona de 10 a 17.
🧑💻 Para asociarte, acercate a la sede de Colón 31 o consultá en su sitio web.
La biblioteca también tiene salas de lectura libres, con wifi gratuito. La gente las usa para leer material y para estudiar: ahí el silencio está garantizado.
―En pandemia, cuando se pudo abrir la biblioteca pero no se permitía el uso de las salas porque no podía haber proximidad, muchísima gente me llamaba desesperada ―recuerda―. Una chica me dijo: “Tengo que preparar un examen y en mi casa están todos mis hermanitos, no puedo estudiar, necesito ir a la biblioteca”.
Laura habla de 2 tipos de lectores: los de gusto selecto y los que hay que descubrir.
―A mí me interesan esos que hay que descubrir.
―¿Y cómo se descubren?
―Invitándolos a que vengan a la biblioteca y viendo qué les gusta, qué quieren saber, qué les gustaría leer, qué no, qué tipos de historias o qué tipos de géneros literarios quieren conocer. Es decir, abriéndoles un poco el gusto.
Otro sitio especial es el depósito: queda en el subsuelo, y ahí están la mayoría de los libros y todos los periódicos publicados en Bahía: desde el primer ejemplar de El Reporter (1883) hasta el último diario de La Nueva Provincia (2016).
―Amo el depósito. Pasaron muchos años, pero al principio era caminar siempre por las estanterías y ver los lomos de los libros, los títulos… Me encantaba tener tiempo para recorrerlo. A veces me llevaba una lista de libros que quería leer, muchos los leí y otros no, porque después ya no me quedó tiempo, pero es el lugar que más me gusta.
🖼️ Ahí también hay revistas, colecciones de mapas y de obras de arte, objetos antiguos y decenas de estanterías fijas y movibles.
📕 Otro elemento de valor es el montacargas, que desde la década del 60 permite transportar libros desde el depósito al primer piso, y viceversa.
Ahí lo más importante es la conservación. Un proyecto presentado en la Universidad de Harvard hace unos años les permitió obtener un subsidio para comprar una computadora y hacer el proceso de microfilmación para los periódicos más antiguos.
El resto está encuadernado:
―Imagínense un diario suelto después de 100 años… Ya no lo tendríamos…
En la década del 20 los bahienses teníamos 5 diarios: todos con una tendencia política bien marcada.
―Cuando vienen chicos, les digo que hoy los políticos, los artistas, todos se pelean por Twitter, pero en esa época se peleaban por el diario: tenían que esperar a que saliera para ver qué decía su oponente y poder contestarle.
―¿Qué tan importante es un diario para una ciudad?
―Fundamental. Un diario es la memoria de la ciudad. Nos quedamos sin diario y nos quedamos prácticamente sin registro. Los chicos, cuando quieran saber qué pasó el día de hoy, no van a poder, porque hoy el diario no sale. Si no se conservan los medios digitales, que por ahí no conservan todo, ¿dónde lo van a ir a buscar?
Algo que acompaña a la Biblioteca Rivadavia desde sus comienzos es la crisis. Hoy los sueldos y cargas sociales de sus 11 empleados están al día, pero existe una deuda con la AFIP que están pagando con moratorias y tienen varios problemas de infraestructura.
Por eso, Laura insiste en el valor del apoyo de los socios y de la comunidad en general.
―Para mí, es un orgullo trabajar acá. Cambié de puesto, pero siempre con el corazón.
Laura es directora desde 2017: tras la jubilación de Norma Bisignano, el Consejo Directivo le propuso el cargo por su antigüedad y su buen desempeño. Y ella ni lo dudó.
―¿Cómo es un día tuyo?
―Siempre hago el mismo horario, que es el de la biblioteca, y a veces algunas horas más… Si hay que ingresar libros, trabajo con el programa de catalogación, y después me dedico a la organización de otras actividades, como animación a la lectura, talleres, ajedrez… Todo eso lo vamos gestionando para que se mantengan esas actividades en la biblioteca. Y después, participo de eventos que se hacen en el auditorio, y estoy en el día a día… Me gusta estar en el quehacer diario.
―¿Tu mejor recuerdo?
―Cuando yo recién empezaba a trabajar, vinieron mis padres a hacer el recorrido y quedaron con la boca abierta. Para mí, era un orgullo mostrarles esto. Y creo que ellos también se sintieron orgullosos de que estuviera trabajando acá.
Por la biblio pasaron escritores como Gabriela Mistral, Sacheri… ¡Y nuestro Premio Nobel César Milstein! Solía ir en sus visitas a la ciudad, y hoy tiene su placa recordatoria en el depósito de libros.
―¿Creés que Bahía es un buen lugar para desarrollar este tipo de actividad?
―Sí. La biblioteca se abrió en Bahía Blanca cuando los fundadores advirtieron que había esa necesidad de tener un lugar de lectura, y ese lugar sigue hasta el día de hoy: 141 años tiene, y si bien siempre hubo crisis, estamos, y creo que vamos a seguir estando, aunque tal vez no de la misma forma. La biblioteca ha ido cambiando sus funciones: no solamente somos un depósito de libros, también ofrecemos otras actividades culturales, actividades literarias, actividades para niños, para adultos...
―¿Qué es lo más difícil?
―La comunicación. Ese es el desafío desde hace unos años, que se agudizó con la pandemia, porque hemos perdido contacto con mucha gente; hemos perdido muchos socios. Nos empezamos a comunicar todos de otra manera, y es difícil.
Laura vive en el centro, a 8 cuadras de la biblioteca, con Lulú, a quien define como su hija de 4 patas. Y tiene 2 sobrinos en Buenos Aires: David y Natalia.
Encuentra placer en las cosas simples, como las plantas, una caminata o un mate. Pero también le gustan los desafíos: una vez jubilada de la biblioteca, quiere hacer algo que nunca haya hecho: alguna manualidad, por ejemplo.
Pero aún faltan 2 años, y le cuesta imaginarse sin la biblio…
―Cuando empecé a trabajar acá, no sabía cómo me iba a ir… Iba a la mañana a la escuela a dar clases y por la tarde venía acá, entonces al principio estaba muy abrumada. Pero después de un par de años, empecé a enamorarme de este trabajo y me di cuenta de que era mi lugar en el mundo: no me imagino haciendo otra cosa.
Mira hacia atrás y siente orgullo: cumplió el deseo de su mamá y de su papá, que era completar el secundario y seguir una carrera. Lo que ellos no pudieron hacer.
―Vale mucho. A través de la lectura pude hacer mis pasos en la primaria y en la secundaria, y pude adquirir no sólo conocimientos intelectuales, sino formas de proceder, de pensar, de analizar las cosas.
―¿Qué le dirías hoy a esa nena que empezó a leer a los 4?
―Gracias por ese interés, por esa insistencia de decirle a mamá: “¿Acá qué dice?”... Gracias, porque con eso lo aprendí todo. Con la lectura, me manejé toda la vida.
Producción y texto: Belén Uriarte
Producción, videos y edición audiovisual: Tato Vallejos
Fotos: Fran Appignanesi
Idea y edición general: Abel Escudero Zadrayec
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La estrenamos para nuestro segundo aniversario. Estos son los episodios anteriores:
👷♀ María Rosa Fernández, trabajadora de Defensa Civil: el poder de ayudar
👱♀️ Alicia D’Arretta, auxiliar de educación: la vida por sus chicos
🏉 Stephania Fernández Terenzi, ingeniera y rugbier: actitud ante todo
👨🚒 Vicente Cosimay, bombero voluntario: 24 horas al servicio
💁🏼♂️ Adrián Macre, colectivero y dirigente: manejarse colaborando
👩🌾 Delia Lissarrague, productora rural: aquel amor a la tierra
👩🍳 Margarita Marzocca, cocinera y jubilada: un gran gusto portuario
🧐 Walter Tuckart, tecnólogo y docente de la UNS: aplicar con clase
🚛 Evelyn Sánchez, recolectora y chofer: al volante del reciclado
🏀 Maia Richotti, docente y basquetbolera de ley: una clase de pasión local
🧠 Fernando Luciani, psicólogo, músico y docente: al son de los deseos
⚽ Sebastián Candia, estudiante, cadete y líder barrial: pertenecer al club de la contención
🚢 Andrés Castagnola, práctico de nuestra ría: guía a buen puerto
✊ Paola Quiroga, activista trans: ser quien sos es una lucha
🤗 Maximiliano Mazza, operario, exvendedor, cocinero: la inclusión se trabaja
🥁 Sebastián Lamoth, baterista, sonidista y papá: tocar con todo
🐝 Luciano Morales Pontet, apicultor y cooperativista: el enjambre productivo
👩🏫 Myriam Cony, maestra rural: sembrar futuro para cambiar el mundo
👩👧👦 Paola Vergara, voluntaria de la vida: hacer algo por muchos
🏋️♀️ Marina Danei, entrenadora y deportista fitness: hambre de luchar y superarse