#SeresBahienses | 🙋♂️🩰 Manuel Martínez, bailarín clásico: tanta libertad de expresión
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—Mi mamá cuenta que a los 8 años yo estaba mirando en la tele a Julio Bocca, que rendía el concurso que ganó en Moscú y lo llevó a la fama, y decía: “Quiero bailar como él, quiero hacer eso”.
Así recuerda el bailarín bahiense Manuel Martínez el comienzo de todo: un camino artístico que años más tarde le regaló la oportunidad de compartir escenario con el gran Julio e integrar su compañía.
—¿Ese es tu primer recuerdo relacionado con la danza?
—El primero es en el garaje de la casa de mi abuela, Marta Nievas. Mi mamá tenía como una barra en la pared, porque daba clases de expresión corporal ahí, y yo jugaba a colgarme. Tengo fotos de muy chiquito, 5 o 6 años, con polainas, calzas y una remera, ya queriendo bailar.
🩰 Su mamá Ana María Goicoechea fue una de las fundadoras del Ballet del Sur y maestra de la Escuela de Danzas Clásicas. Y sobre todo, también fue el pilar de “Manu”: con ella empezó las clases, cuando tenía 8.
—Al principio me daba mucha vergüenza, pudor: en ese momento no estaba muy bien visto un varón en danza clásica —le dice Manuel a 8000—. Para mis amigos, era completamente raro. Pero para mí era algo completamente habitual: yo me sentaba con mi mamá a mirar videos de grandes artistas.
🧔♂️ Su papá Enrique Martínez también estaba relacionado con el baile: hacía folclore.
👨👩👧👦 Y sus hermanos, nada que ver: Ana María es periodista y licenciada en Comunicación; Alejandro hace planificaciones de obra en el Polo Petroquímico y Fabián realiza un trabajo similar en una empresa de Canadá. La más chica, Luciana, falleció de cáncer cuando Manuel tenía 15.
Hoy “Manu” tiene 45 y se jubila como bailarín tras 21 años en el Ballet del Sur: una trayectoria que incluyó pasos por el Instituto Superior del Teatro Colón, el Ballet Argentino de Julio Bocca y actuaciones en el exterior.
Por una fractura que sufrió en la novena vértebra torácica (T9), ubicada a la altura del diafragma, no puede despedirse bailando. Lo hará con una clase interna.
😔 Según detalló, su vértebra estaba debilitada por un angioma (lesión vascular) y se fracturó mientras bailaba. En la operación, le pusieron tornillos y una fijación.
—Es la lesión más complicada que tuve. Hace 5 meses me operaron y estoy de licencia en la compañía. Antes había tenido lesiones supernormales: un desgarro en cada pantorrilla, microdesgarros que me han dejado 2 o 3 meses medio parado, un esguince en un pie, dolor de rodilla…
—¿Cómo se explica que se retiren tan temprano?
—Porque la exigencia del clásico es mucha y el cuerpo llega un momento que no resiste más, empieza a decir “basta”… Los bailarines sufrimos mucho; a veces no son lesiones, pero son dolores continuos en las articulaciones, las caderas, el labrum (hombro)…
Manuel recuerda que a los 15 años empezó a viajar a Buenos Aires para perfeccionarse: papá y mamá lo llevaban y lo traían.
—Tomaba 3 clases diarias en distintos estudios con distintos maestros, y después volvía y lo practicaba… El apoyo de mi familia fue muy grande, también desde la parte económica: mi vieja era docente y los sueldos de los docentes fueron malos toda la vida, y mi papá trabajaba de maestranza dentro de una empresa, entonces tener a un chico viviendo solo en Buenos Aires, pagándole un alquiler, bancándolo para que estudie… fue muy complicado.
Respondió con esfuerzo: 100% concentrado en sus estudios en el Colón. Hasta que 1 año más tarde, a sus 16 y ya siendo parte del ballet de Julio Bocca, logró tener un sueldo.
—Ahí los desligué un poco de esa carga, pero bueno, fue muy fuerte el apoyo que tuve desde muy chiquitito. Y de mis hermanos también. O sea: nunca sentí que estaba mal lo que estaba haciendo, o que era raro. Sí lo sentía un poco cuando iba a la plaza a jugar al fútbol con los chicos, era como: “Este es bailarín, medio raro”, ja, ja, ja.
—¿Tuviste que pelear mucho contra los prejuicios?
—A veces eran personales, porque después cuando hablaba con mis amigos, lo aceptaban. Era yo que no quería lidiar con eso. Hoy en día me dicen: “Qué locura lo que vos estabas haciendo en ese momento, y nosotros no nos dábamos cuenta”.
—¿Nunca te planteaste dejar la actividad?
—No, porque nunca lo vi mal. Siempre me pareció que era el mundo donde quería estar. Cuando inicié a los 8 años, hice 1 mes, abandoné y después retomé a los 9, porque ahí sí me dio mucha vergüenza el entorno: en la Escuela de Danzas eran entre 200 y 250 nenas y el único varón era yo. Eso era loco y me decía: “Hay algo raro acá”. Pero después, ya no: era el lugar donde me gustaba estar, me podía expresar, las clases me encantaban.
Girar en el aire, saltar, levantar a las chicas, hacer dúos representaba todo un desafío. Y eso lo motivaba. Además, en el Ballet del Sur estaban sus héroes, como Eduardo Cariman y Alejandro Fanlo. Pasaba horas y horas viéndolos: salía de la escuela primaria y se iba directo, desde las 14 hasta las 21. Todos los días.
🙌 Sus grandes referentes fuera de Bahía eran Julio Bocca, Maximiliano Guerra y el ruso Mijaíl Barýshnikov.
Manuel cuenta que a su papá, que no era bailarín clásico, todo le parecía fantástico. Pero su mamá, una experta, solía criticarlo y marcarle: “Te falló el giro”. O: “Te caíste en tal parte; no se dio cuenta el público, pero yo sí”.
—¿Cómo lo tomabas?
—Al principio, mal. Cuando estaba en la Escuela de Danza no quería que mi mamá fuera mi maestra… Me enojaba, hacía berrinche, porque ella me exigía mucho, era palo, palo, palo… Pero, bueno: gracias a eso también logré hacer lo que hice después.
Semejante exigencia fue clave en el desarrollo de su parte interpretativa y le permitió entrar al ballet de Bocca… pese a llegar tarde a la primera audición.
—A las 7:30 todos los varones de clásico teníamos clase con el maestro Antonio Truyol, que nos mataba… Yo llegué 7:35, vi a mis compañeros transpirados, y dije: “¿Qué pasó? Acá hay algo raro”. Miré y estaban sentados Julio Bocca, Lidia Segni, que era la directora de la compañía, y Esmeralda Agoglia, que era la directora del Teatro Colón. Y yo había llegado tarde. ¡No lo podía creer! Miraron la clase, vieron a todos los varones, saludaron y se fueron. Y la directora de la escuela me dijo: “¿Cómo te vas a quedar dormido? Tenés ensayo a la tarde”...
Y entonces tuvo su revancha. Todo el Colón estaba haciendo la obra El cascanueces y a Manuel le tocaba la danza rusa, más de carácter que de técnica.
—Estaba Julio, estaban todos ahí… Yo salí a darlo todo expresivamente. Y terminó el ensayo y dijeron: “Mañana tienen que ir al estudio Manuel Martínez y Luciana Paris”. Al otro día fui y ahí ya me dieron el contrato, o sea, fue por la expresión que gané.
Manuel hizo giras por el exterior e incluso vivió 2 años en Alemania junto a su pareja Carolina Basualdo, que fue primera bailarina del Ballet del Sur y hoy continúa dando clases. Allá entraron en una compañía en Dessau e hicieron obras como El lago de los cisnes, Romeo y Julieta, El cascanueces…
—El teatro era gigante, tipo el tamaño del Colón. En ese momento estaba el cubano Gonzalo Galguera, con un presupuesto abismal: tenía varios escenarios y podía hacer lo que quería, era impresionante, pero eso también cumplió un ciclo. Teníamos que decidir si quedarnos o no y nos agarró la “extrañitis” y dijimos: “Volvamos al Ballet del Sur, que es nuestra casa, donde vamos a poder formar una familia, tener nuestros amigos y familiares cerca”. Fue una muy buena elección, porque a partir de ahí bailamos como principales en distintas obras, hicimos ballet completo, viví toda una experiencia que amé y que ahora estoy cerrando.
👩❤️👨 Con Carolina llevan 25 años juntos y tienen 2 hijos: Camila, de 18, va a estudiar comunicación, y Juan Ignacio, de 10, quiere ser futbolista.
Un bailarín ensaya tanto que sale a la función con mucha seguridad, dice, pese a los nervios lógicos antes de subir a un escenario y la ansiedad por mostrar lo que sabe.
Más de una vez se perdió, pero nunca quedó paralizado.
—Me ha pasado de soltarme, dejarme ir, estar en una pose y de repente se me va la música, se van los tiempos del cuerpo y se empieza a descompaginar todo, lo que nosotros llamamos lagunas… Pero, bueno: es empezar a improvisar 2 o 3 tiempos hasta que llega un tiempo musical, una pose, algo que te marca realmente dónde tenés que ir, y empieza a fluir todo de nuevo y decís: "Bueno, basta, no expreses tanto, concentrate porque la estás cagando". Y ahí sale.
—¿El público se da cuenta?
—El público no se tiene que enterar nunca. Si estás en algo clásico y te perdés, puede llegar a notarse como un pequeño error, que a veces para nosotros es un montón y es sólo un brazo. Nunca más grave que eso.
—¿Es muy duro el entrenamiento?
—Muy difícil. En principio, uno aprende la técnica, que es apertura de piernas, posiciones…. Una vez que se entiende eso, empieza a trabajar los brazos, después la expresión, después la técnica de dúo... Es todo en evolución, hasta que lográs ser un bailarín avanzado, y después buscás entrar en alguna compañía. Muchos lamentablemente quedan en el camino. Es muy complicado, lleva muchas horas: todos los bailarines hacemos clases de 1 hora y media; cuando sos profesional la hacés 1 vez al día, pero cuando sos estudiante hacés más: yo llegué a hacer 3 diarias de clásico, más las clases de contemporáneo, de expresión corporal o de elongación.
—Desde el punto de vista técnico, ¿qué fue lo que más te costó?
—Hacer el doble tour, que son 2 giros en el aire. Ese fue el salto que más me costó, me llevó un horror, me daba mucho miedo a la hora de girar, se me daba vuelta todo. Uno tiene que saltar muy derechito, donde se empieza a inclinar un poquito se resbalan los pies y caés acostado, golpeado. Me ha llevado tiempo, pero puede hacerlo.
“Manu” señala que el bailarín, en general, es muy autocrítico: busca la perfección en cada movimiento, en cada clase, y le cuesta mucho mirarse en un video.
—Yo recién ahora estoy empezando a quererme, a ver y decir: "¡Guau, hacía eso!". Pasaron muchos años y uno se empieza a aceptar más y a decir: “¡Qué carrera hice, qué lindo lo que pude lograr!". En su momento no lo veía y decía: "Me falló esto, me falló aquello"; me frustraba, pero eso hacía que practique más, que me esfuerce más, que supere más mis límites tanto físicos como mentales, porque hay que pararse frente a un público... He estado solo ante 3.000, 4.000 personas…
Siempre le metió para estar listo ante cada oportunidad. Como a fines de los 90, cuando Julio Bocca se lesionó durante una función gratuita en la 9 de Julio, y tuvo que reemplazarlo en un dúo con Luciana Paris, solista del American Ballet, sin ensayo previo.
—A partir de ese momento, Julio me regaló ese dúo. Me dijo: "Es tuyo, porque salió genial y lo resolviste. Te felicito". Eso fue muy lindo.
Su primer dinero lo ganó como aprendiz de bailarín en el Ballet del Sur, con apenas 14 años. No hay tantos bailarines clásicos, por eso son muy buscados. A Manuel lo contrató Alejandro Cervera, por entonces director de la compañía. Y ahí estuvo 1 año y medio, hasta que decidió partir a Buenos Aires, donde trabajó 6 años con Bocca.
—Me abrió muchísimas puertas. Terminé bailando en lugares donde hubiese sido muy difícil bailar, como en el Bolshói y en la Ópera de París. Hacíamos giras a Japón, a China, Singapur, Estados Unidos, Italia, España, todos los países latinoamericanos… Dimos la vuelta al mundo 2 veces por lo menos; recorrimos toda Australia, terminamos bailando en el emblemático Teatro del Hermitage en Rusia…
—¿Hay algo que no le puede faltar a un bailarín?
—Sangre, diría mi vieja. Pasión, ganas. Después está lo técnico: es más abierto, menos abierto; tiene más pie, menos pie; gira más, gira menos… pero, ¿te llega el bailarín cuando lo estás viendo? ¿Le creés la historia que te está contando? ¿Te hace llorar? El público tiene que sentir que es parte de lo que está viendo. Cuando el público está desconectado, no lo está viviendo. El bailarín tiene que crear el ambiente, ser creíble.
—¿Es más importante el talento o la disciplina?
—Creo que es el conjunto de las 2 cosas. Sin disciplina no podríamos llegar a hacer las cosas que hacemos, por la cantidad de veces que tenemos que ser repetitivos. O sea, hacemos un ejercicio, no nos va a salir la primera vez ni al otro día: vamos a tener que hacer una secuencia de repeticiones y que el cuerpo lo empiece a aceptar y que empiece a fluir. Sin ser exigentes en ese sentido no lo podríamos conseguir.
Lo más difícil es sobreponerse cada día al cansancio corporal para seguir avanzando. Pero eso lleva a lo más lindo: que las cosas salgan.
—A veces, uno cree que la función es lo más lindo y a veces termina siendo como una cosita más, y la belleza de todo está en los ensayos y el disfrute de esos ensayos.
—¿Qué consejo le darías a un bailarín que recién está arrancando?
—Yo sufrí muchísimo de chico con el físico. Lamentablemente, está estipulado que el bailarín tiene que ser delgadito, estilizado, y me costaba muchísimo, no entendía que la parte nutricional era tan importante en la vida de un bailarín. Lo entendí de grande. Así que mi recomendación es que vayan a una nutricionista: aprender a alimentarse es fundamental. Y que si les duele algo vayan al traumatólogo, vayan al kinesiólogo, fortalezcan su cuerpo en el gimnasio…
Según Manuel, en Bahía Blanca tenemos un público muy clásico y exigente, que no acepta tanto “cosas locas” como las que supo ver en Europa o en Buenos Aires.
Y a los bailarines acá les cuesta más insertarse:
—Básicamente, por un tema de presupuesto. No hay productoras o gente que venga a poner la plata que ponen para hacer una obra como se haría en Buenos Aires o en otras partes del mundo. Pero se puede lograr: hay que buscarle la vuelta.
Hoy “Manu” se considera una persona exitosa por tener una familia que lo ama y un lugar donde poder expresarse.
—¿Qué es lo que más extrañás cuando no bailás?
—Mi clase diaria, el reencuentro con mis amigos, con mis colegas; el poder estar haciendo una obra, el poder expresarme con el cuerpo, el poder moverme, el poder saltar, el poder sentirme libre…
—¿Y cuál fue tu mayor aprendizaje en estos años?
—Poder empezar a disfrutarlo. Dejar de exigirme tanto y aceptar el momento en el que uno está. Hay momentos, a todos nos pasa, que tenemos una lesión y es aceptarla, trabajarla y poder seguir adelante.
Manuel y su pareja Carolina crearon un proyecto de enseñanza a distancia, que ofrecen en su sitio web caroballet.tiendup.com y comparten en YouTube, TikTok e Instagram.
Y para este emprendimiento, el multifacético bailarín (que hace 15 años se dedica a la fotografía y no descarta estudiar cine) se metió en programación para armar la página y demás…
—Es una forma también de hacernos conocidos. Ya hay gente que nos quiere llevar a México a dar cursos.
💻 Hoy tienen más de 500 alumnos en todo el mundo: él graba y ella es la cara visible de los cursos virtuales.
El próximo desafío es montar un estudio de grabación, y seguir enseñando.
—Quiero hacer coreografías, quiero estar del otro lado. Quiero sentir lo que se siente estar del otro lado, poder ayudar a otros, poder ver mis coreografías en un escenario, mi puesta de luces, mi vestuario…
—¿Qué le dirías al Manuel chiquito que empezó a ensayar con su mamá?
—Que le fue bien, que hizo lo que quiso, que cada cosa que pasó fue producto del esfuerzo, de la constancia, del sacrificio… Que lo hizo bien.
Producción y texto: Belén Uriarte
Fotos, videos y edición audiovisual: Fran Appignanesi
Idea y edición general: Abel Escudero Zadrayec
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La estrenamos para nuestro segundo aniversario. Estos son los episodios anteriores:
👷♀ María Rosa Fernández, trabajadora de Defensa Civil: el poder de ayudar
👱♀️ Alicia D’Arretta, auxiliar de educación: la vida por sus chicos
🏉 Stephania Fernández Terenzi, ingeniera y rugbier: actitud ante todo
👨🚒 Vicente Cosimay, bombero voluntario: 24 horas al servicio
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👩🍳 Margarita Marzocca, cocinera y jubilada: un gran gusto portuario
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