#SeresBahienses | 👩🏫🌱 Myriam Cony, maestra rural: sembrar futuro para cambiar el mundo
Nuestra gente, nuestra mirada, nuestra ciudad.
―Lo más lindo y gratificante de la docencia es el aula, porque todos los días los chicos aprenden algo; todos los días hacen algo que ayer no podían.
La definición le pertenece a Myriam Cony, maestra de grado y directora de la escuela rural N°51 “Rafael Obligado”, que queda en el kilómetro 15 del Camino de la Carrindanga.
―Mi orgullo es ser “seño”, no “dire”, ja, ja, ja ―nos aclara―. El cariño de los nenes es más cotidiano. Si bien en la dirección también te quieren, porque una genera un lazo con ellos, no es lo mismo que estar en el aula y ser su “seño”.
Myriam tiene 44 años y lleva 16 en la docencia. Comenzó con varias suplencias de 1, 2 o 3 días, hasta que titularizó en la escuela N°5 de Darregueira al 400. Ahí pasó más de una década, alternando entre primero y segundo.
Después rindió una prueba para cargo directivo y mientras ejercía ese rol en las escuelas 55 y 74 (ubicadas en Avellaneda al 1.700 y Eduardo González al 300) se presentó a un concurso de directoras titulares, lo que le permitió volver al aula. Por eso, hoy hace las 2 cosas: da clases y dirige.
―¿Recordás cómo fue el momento en el que decidiste ser docente?
―Siempre admiré a Cristina Jesús Cabrera de García. Ella fue mi maestra de primero a cuarto en la escuela N°7 de Villa Arias, en Punta Alta, y toda la vida fue una mujer referente para mí. Terminé la secundaria, empecé a estudiar bioquímica y en un momento entré a un laboratorio con esas mesadas largas y me acuerdo haberlas tocado, esa frialdad, y decir: “Esto no es para mí, quiero otra cosa para mi vida”.
Entonces dejó la carrera tras 2 años cursados en la Universidad Nacional del Sur, y se metió en el profesorado de educación primaria en el Instituto Superior de Formación Docente de Punta Alta.
―Fue muy difícil ―reconoce―. Mi cabeza estaba formateada para lo técnico: lo humanístico me costó un montón. Yo no tenía ni idea de quién era Jean Piaget, quién era Jacques Lacan (grandes pensadores del siglo XX)… No entendía nada, nada.
Pero su pasión por la docencia fue más fuerte. Y hoy disfruta:
―Soy de las personas que tienen la suerte de ir todos los días a trabajar muy feliz. Yo quería eso para mí; no quería un trabajo que sólo fuera mi trabajo.
El primer acercamiento a la docencia fue de chica: cursaba quinto año y les daba particular a los vecinos más chiquitos. Si bien algo le pagaban, para ella era una especie de lindo juego.
―Era muy satisfactorio verlos avanzar, y creo que eso es lo que hoy me sigue impulsando todos los días. Esta creencia de que lo que yo pueda sembrar en ellos, construye futuro, y que el día de mañana ellos van a estar donde estamos nosotros o dirigiendo una escuela o una revista digital o en un cargo político o siendo médicos o en un banco... Sé que el día de mañana ellos van a dirigir mi país, el país en el que yo quiero vivir y que vivan mis nietos. Entonces, tomo mi trabajo con ese grado de responsabilidad, a sabiendas de que puedo hacer mucho bien o mucho mal.
En marzo de 2021 Myriam llegó a la escuela rural a la que actualmente asisten 8 nenas y 7 varones, que cursan desde primero hasta sexto.
Es todo un desafío, dice, muy diferente a enseñar en un establecimiento de ciudad, donde los cursos son numerosos pero los chicos tienen la misma edad.
―En el sistema educativo se habla de que la heterogeneidad debe ser vista como algo positivo, en vez de “Uy, cuánta diferencia, qué problema”. La heterogeneidad es lo que nutre, lo que genera nuevas ideas, nuevos desafíos, y nos hace crecer. Como pasa en la sociedad, pasa en el aula. Y acá, la heterogeneidad es todo el tiempo: no hay manera de que todos los niños hagan lo mismo, y eso a mí me mantiene sumamente alerta, porque mis intervenciones docentes tienen que ser sumamente diversas.
Sin embargo, las cosas suelen darse de forma muy natural. A diferencia de otras escuelas, en la rural andan juntos, incluso en los recreos: todos juegan con todos.
―No existe ese temor de que el de sexto golpee al de primero, porque ya está naturalizado que tienen que estar juntos: el de sexto hace lo que tiene que hacer para no golpear al de primero y el de primero se acostumbra a estar en contacto con nenes más grandes.
―¿Qué fue lo que más te costó de este cambio?
―Matemática es un área muy difícil para hacer una planificación que les sirva a todos. Por ejemplo: cálculo mental es un contenido que se puede trabajar con todos a la vez, pero fracciones, decimales, no son contenidos que los nenes de primero puedan abordar y sí necesariamente tengo que hacerlo con los de sexto. Pero, bueno: año a año mejora la dinámica; en algún momento le encontraré la forma que me gusta, para que todos estén aprovechando el tiempo y yo pueda estar con todos los que me necesitan.
Resalta que en esta dinámica nunca falta la generosidad:
―Muchas veces alguno de los chicos me dice “Seño, seño”, y yo estoy con otro, entonces le digo que espere y automáticamente escucho: “Yo lo ayudo”. Y veo que alguien se para, va y ayuda.
Considera que en educación siempre hay cosas para mejorar, y que la mayor dificultad hoy pasa por lo humano y no por la falta de acceso a ciertas herramientas o instrumentos.
―Ya no nos podemos quejar porque no tenemos compu o no tenemos microscopio… Lo que no puede faltar es calidad humana y calidez humana. Con límites precisos pero amorosos, con real empatía, con real conocimiento de esa personita que tenemos enfrente, para ser un andamiaje entre el contenido y esa curiosidad que naturalmente tienen los nenes, creo que alcanza. Siempre digo: “No empaquetamos galletitas”. Trabajamos con otro ser humano y le podemos hacer mucho bien o mucho mal.
Estos años frente al aula la hicieron testigo de varios cambios. Por ejemplo: hoy los chicos se alfabetizan más tarde. Cuando ella empezó a trabajar, ocurría en primer grado y actualmente, la mayoría lo logra en segundo.
―No es el caso de acá porque son poquitos, pero esta es una escuela ideal... Ahora, ¿con qué tiene que ver? No lo sé, no sé si es que están demasiado embotados en el celular y en las pantallas y eso no les permite maravillarse, entusiasmarse con otras cosas; o la falta de aire libre. Creo que la falta de aire libre hace que no tengan, por ejemplo, un buen uso de su cuerpo. Entonces, si yo con mi cuerpo no puedo medir las distancias porque no me subí a los árboles, no corrí, no trepé, después es muy difícil volcarlo a la motricidad fina y escribir una letra en un renglón.
Y eso, dice, se adquiere en la plaza, en el patio, básicamente en casa. Pero en las circunstancias actuales, en las que generalmente madres y padres pasan mucho tiempo afuera, la escuela tiene otra relevancia:
―Pero creo que no se le ha sabido encontrar la vuelta y subsanar esas deficiencias que hay en la casa, naturales, porque todos vivimos en este país y sabemos que los padres tenemos que salir a trabajar muchas horas.
―¿Esto lo ves desde antes de la pandemia?
―Sí. Igual, la pandemia ya no puede ser más la excusa; pasó hace 3 años. Pero los roles se han ido corriendo desde mucho antes y vuelvo a lo mismo: falta darnos cuenta de que con amorosidad podemos suplir un montón de deficiencias educativas. El diseño curricular es muy claro: hay que sentarse a leerlo y tomarse el tiempo de conocer a los nenes. Entiendo que en primaria es más fácil que en secundaria, porque los profes van y vienen. Por ahí, lo que se podría hacer desde Educación es facilitar que los docentes puedan anclarse en una escuela, y que no tengan 2 módulos acá, otros 2 allá…
En la escuela rural N°51, los pibes tienen acceso a computadoras y el celular de Myriam siempre está disponible.
―Por una cuestión de seguridad, saben mi patrón de desbloqueo, por si necesitan algo y estamos solos y no hay otro adulto. Así que mi teléfono circula, también si quieren saber algo, investigar algo…
―¿Y eso influye en la concentración?
―No, porque ellos tienen muy en claro para qué lo usan y en qué momento. La tecnología no es mala en sí misma; es como todo: si está mal usada, sí. Vivimos en una era tecnológica donde el libro para investigar, por ejemplo, ya no tiene la función que tenía antes. Yo sigo sosteniendo que prefiero el libro de papel para leer por entretenimiento, pero al momento de investigar me cuesta ir a un libro, porque sabiendo cómo buscar en internet… Y eso también se enseña, porque aparte dependiendo qué estemos buscando puede tornarse peligroso.
Entre sus alumnos hay quienes son de campos cercanos y otros que no viven en sectores rurales: por cuestiones de matrícula, han ingresado chicos de otras partes y luego han continuado sus hermanitos.
Los del campo cuentan con un servicio provincial de combis. El resto asiste por sus propios medios, al igual que Myriam, que de lunes a viernes viaja en auto desde su casa en el barrio Kilómetro 5.
―No vivo muy lejos. Antes de los lomos de burro, en 20 minutos estaba. Después de los lomos de burro y 2 amortiguadores rotos, en media hora. Tengo 21 lomos de burro para venir y otros tantos para volver a mi casa.
🥐 Este año se implementó la jornada completa, por lo que están en la escuela de 8 a 16. Es decir: desayunan, almuerzan y meriendan ahí.
Cuando se anunció el cambio, hubo algunas dudas. Pero Myriam asegura que la adaptación no costó: son una gran familia. La única dificultad radica en la falta de espacio, porque tienen una cocina muy pequeña y usan la biblioteca como comedor.
―Hay un espacio detrás de la escuela que era usado como casa de casero y con algunos arreglos podría usarse como comedor y también como laboratorio de ciencias naturales, algo necesario porque la escuela tiene esa orientación.
🤝 Si querés dar una mano para que puedan refaccionar ese espacio, contactate con Alejandra Hall, una mamá de la cooperadora: 2915748166.
Myriam da prácticas de lenguaje, matemática, ciencias sociales y naturales. Es la que pasa más tiempo con los chicos y la que está en todo: al no tener equipo de orientación escolar, ni preceptor, ni secretario, ni vice, se encarga de lo pedagógico, de lo administrativo y de lo socio-comunitario.
🙋♀️🙋♂️ El equipo se completa con Anabella Tumini (profesora de inglés), Victoria Britos (danza), Julieta Castro (educación física), Marbela Cacciatori (espacio de profundización en Ciencias Naturales), Walter Lafalla (auxiliar de limpieza) y Claudia Pérez (auxiliar de cocina).
―¿Te encontraste con algún alumno o alumna después de muchos años?
―Sí, el otro día fui a un bingo de la escuela 5 y me encontré con un nene… bah, 28 años, ya no es un nene… De mis alumnos, algunos ya son grandes, sobre todo los que tuve en sexto… Siempre me estoy encontrando.
―¿Y qué te genera?
―Me encanta que se acuerden de mí, porque ellos cambian mucho. Me pasa que los reconozco si están con la mamá o el papá, porque ellos están más o menos iguales; o les veo la sonrisa o los ojitos y ahí me doy cuenta de que son ellos, pero si me los cruzo en la calle es muy probable que no los reconozca. Cuando me reconocen, el “seño” es una palabra que sólo las que somos “seños” sabemos lo que implica; es parecido a que te digan “ma”, pero magnificado, porque con un hijo uno da por sentado que te va a querer, en cambio el alumno no necesariamente tiene por qué; entonces, cuando te quieren es mágico y es sumamente gratificante.
―¿Te han dicho “ma”?
―Sí. “Ma”, tía, abuela, depende quién los cuide... Tuve un nene correntino que en vez de señorita me decía “maestra”, entonces el diminutivo era “mae”. Empezó: “Mae, mae”, y después me llamaba “ma”. Los nenes le decían: “No es tu mamá”. Y él les decía: “No, es mi maestra”.
Myriam nos relata su historia en un aula repleta de afiches, colores, letras y mesas decoradas por internos de la cárcel de Villa Floresta, mientras los chicos aprovechan el patio para hacer educación física antes de que se desate la tormenta.
Le emociona hablar de su vocación. Y especialmente de sus alumnos:
―A algunos les costó un montón aprender y cuando escriben su primera palabra o cuando leen su primera palabra es un recuerdo que atesoro con mucho cariño. Después, verlos grandes, ya con proyectos, es un orgullo. De alguna manera es como decir: “Con este ya cumplí, ya puse mi granito de arena”.
👨👩👦👦 Myriam está en pareja con Fernando Alarcón y tiene 2 hijos: Mateo, de 21, que vive en México, y Gael, de 16, que cursa la secundaria en La Piedad.
Dice que hay similitudes entre ser mamá y la tarea de docente: básicamente, el amor.
―La tarea docente es inseparable del amor hacia la persona con la que tenés que estar y la tarea de madre es lo mismo; si no, más de una vez cuando se despiertan a la noche volarían niños, ja, ja, ja. Y otra similitud es conocerlos: ya sea como mamá o como “seño”, podés anticiparte a sus reacciones o a sus necesidades.
Myriam nació en la Base Naval de Puerto Belgrano y lleva 19 años entre nosotros. Su familia núcleo se compone por su padre Roberto Cony, su madre Elena Pacheco y sus hermanos Alejandro, Claudia, Noelia, Bettiana y Solange.
―¿Tu mamá y/o tu papá han influido en este amor por lo educativo, o es casualidad?
―No creo… Mi papá es militar y mi mamá, ama de casa. Ellos nos inculcaron siempre la importancia del trabajo, el ser dedicados, responsables, el no faltar, pero no con la docencia. En mi caso fue mi “seño” Cristina.
3 de sus hermanas comparten el cariño por la educación: Claudia es maestra jardinera y las mellizas Noelia y Bettiana son profesora de biología y trabajadora social, respectivamente. Alejandro trabaja en YPF y Solange es militar.
La educación tiene, por supuesto, sus costados duros, oscuros, desoladores. Más de una vez, Myriam ha intervenido por cuestiones de abuso, violencia familiar… Y dice que lo más doloroso es saber que muchas veces no podés hacer lo suficiente.
―Hay realidades familiares donde la normativa se agota, y a partir de ahí no te queda otra que aceptar que son otros quienes deberían hacer: la Justicia, la familia, el servicio local… O sea, hay otros organismos del Estado que se tienen que ocupar de ciertas situaciones, pero bueno, uno es un ser humano y es inevitable pensar que esa nena o ese nene está sufriendo algo, y que uno desde su lugar no puede hacer nada.
―¿Qué es lo peor en esos casos, lo que más te preocupa?
―Cómo sigue la situación y qué puede pasar a futuro con la familia que forme ese niño, porque no deja de estar en la misma sociedad que todos nosotros, y de alguna forma estamos fallando como sociedad. Yo puedo estar tranquila de que hice todo lo que pude, pero sé perfectamente que no siempre los otros estamentos del Estado pueden hacer todo lo que deberían. Creo que les pasa como a mí: todos hacemos hasta donde podemos y después pasa lo que pasa. Alguien no es un delincuente porque se levantó y tuvo ganas de ser delincuente; o sea, ese adulto que está delinquiendo tiene una historia detrás y quizás ahí falló alguno de estos estamentos. La familia, principalmente, pero también alguna de todas las personas que transitamos en la vida de ese niño en algo fallamos, porque si no quizás algo se podría haber hecho.
Vivir con eso es terrible, nos dice. Ver todos los días al chiquito que sabés que está sufriendo, y tener que conformarte con darle cariño durante las horas de clase, es angustiante. A veces cuesta dormir.
―¿Necesitás cierta contención psicológica en esos casos?
―Sí. Es mucha impotencia, mucha tristeza. No me alcanza el entendimiento. Yo soy mamá, yo sé lo que es criar, es un amor que no sé cómo explicar… Uno por un hijo hace cualquier cosa: te levantás o te acostás a cualquier hora, dejás de comprarte lo que vos querés… Tenés un hijo y tu vida gira alrededor del nene y las actividades y los amiguitos… ¿Cómo puede ser que que haya papás que decidan lastimarlos?
―¿También pasa como docentes que conviven un tiempo con la duda hasta denunciar?
―Sí, ahora por suerte todo se agilizó. Cuando yo empecé, tenías que hablar con el equipo, con la directora, y ellos te tenían que ayudar. Ahora no. Incluso si sospechás algo, podés ir y denunciar. Es más ágil, pero no deja de ser delicado porque una se debate entre “Voy, denuncio, ¿y?”. Si no pasa nada, no es que se lo van a sacar; y si se lo sacan, ¿a dónde lo llevan? No los llevan a una casa donde hay gente superamorosa; van a un lugar donde están con otros chicos igual de lastimados. Pero bueno, por ahí llega un momento en que decís: “Hasta acá llegué”, y denunciás, aunque ya sabés qué va a pasar.
―¿Qué importancia tiene la Educación Sexual Integral (ESI) en la primaria?
―Es sumamente importante. Creo que el Gobierno o las escuelas no hemos podido transmitir su importancia; o sea, qué hacemos realmente en ESI. La familia se queda con que vamos a hablar de sexo y de género, y entonces les vamos a meter ideas raras en la cabeza. Y la realidad es que ESI es un montón de cosas, desde poder nombrar a los órganos genitales como realmente se nombran (siempre digo que si una nena tiene que declarar que le tocaron alguna parte de su cuerpo, no es igual decir “chochina” que “vulva” o “vagina”), hasta el respeto por el cuidado y la convivencia. ESI habla de un montón de aspectos del ser humano, no sólo de genitalidad o de sexualidad. Hablar de géneros tiene que ver con hablar de respeto hacia las elecciones de la otra persona.
En estos 16 años de docencia, Myriam atesora un montón de buenos recuerdos. Pero lo que más disfruta es cuando un nene que viene “etiquetado” con que algo no puede hacer, rompe con eso.
―Es como decir: “¿Viste que podía?”. Tuve bastantes casos en los que pudieron sacar a la luz todo eso que un montón de gente no veía, y que quiero creer que después lo van a usar bien en la vida y los va a ayudar a hacer mejores personas.
¿Y papelones? Miles: Myriam se define como una persona muy distraída, a la que le cuestan las estructuras. Una vez, por ejemplo, se fue a un acto en Crocs y la secretaria tuvo que prestarle sus sandalias. Y recientemente, se olvidó el discurso escrito y tuvo que improvisar…
―Todo me lo tengo que anotar… Soy un desastre, no me acuerdo de lo que hice ayer, por eso siempre tengo mi planificación.
Pensando a futuro, se imagina en el mismo lugar. Cree que todavía tiene mucho para darle a la educación rural, y particularmente a la escuela N°51.
―¿Qué le dirías a la Myriam que en su juventud decidió estudiar docencia?
―Algo que me costó un montón fue lidiar con esas realidades con las que no podés hacer nada, porque así como la docencia tiene mucho de gratificante, también tiene mucho de burocrático. Cuando recién empezás, es sumamente engorroso; tenés que leer mucha normativa. Y me ha tocado lidiar con personas que no entiendo para qué están en el lugar donde están, si no tienen ganas… Pero, bueno: le diría que tenga paciencia, que todo pasa y que con el tiempo se aprende todo.
―Si no fueras docente, ¿qué serías?
―No, nada, no sé… Muchas veces me lo he preguntado. De hecho, me pregunto qué voy a hacer el día que me jubile. Y no sé. Yo creo que Dios, el universo, mi mamá, los genes, no sé, tienen la carga de lo que necesito para ser maestra: no sé hacer otra cosa. Aparte me llena el alma, me encanta.
―¿Qué se necesita para ser maestra?
―Amor, esperanza y ganas de mejorar las cosas, de cambiar el mundo. Suena medio utópico, pero siento todos los días que lo que yo pueda sembrar en ellos puede cambiar el mundo. Lo siento profundamente.
Texto: Belén Uriarte
Producción, videos y edición audiovisual: Tato Vallejos
Fotos: Fran Appignanesi
Idea y edición general: Abel Escudero Zadrayec
🤗 En 8000 ofrecemos un periodismo bahiense, independiente y relevante.
Y vos sos clave para que podamos brindar este servicio gratuito a todos.
Con algún cafecito de $ 600 nos ayudás un montón. También podés hacer un aporte mensual, vía PayPal o por Mercado Pago:
¡Gracias por bancarnos!
👉 Si querés saber más, acá te contamos quiénes somos, qué hacemos y por qué.
👀 #SeresBahienses es una propuesta de 8000 para contar a nuestra gente a través de una serie de retratos e historias en formatos especiales.
La estrenamos para nuestro segundo aniversario. Estos son los episodios anteriores:
👷♀ María Rosa Fernández, trabajadora de Defensa Civil: el poder de ayudar
👱♀️ Alicia D’Arretta, auxiliar de educación: la vida por sus chicos
🏉 Stephania Fernández Terenzi, ingeniera y rugbier: actitud ante todo
👨🚒 Vicente Cosimay, bombero voluntario: 24 horas al servicio
💁🏼♂️ Adrián Macre, colectivero y dirigente: manejarse colaborando
👩🌾 Delia Lissarrague, productora rural: aquel amor a la tierra
👩🍳 Margarita Marzocca, cocinera y jubilada: un gran gusto portuario
🧐 Walter Tuckart, tecnólogo y docente de la UNS: aplicar con clase
🚛 Evelyn Sánchez, recolectora y chofer: al volante del reciclado
🏀 Maia Richotti, docente y basquetbolera de ley: una clase de pasión local
🧠 Fernando Luciani, psicólogo, músico y docente: al son de los deseos
⚽ Sebastián Candia, estudiante, cadete y líder barrial: pertenecer al club de la contención
🚢 Andrés Castagnola, práctico de nuestra ría: guía a buen puerto
✊ Paola Quiroga, activista trans: ser quien sos es una lucha
🤗 Maximiliano Mazza, operario, exvendedor, cocinero: la inclusión se trabaja
🥁 Sebastián Lamoth, baterista, sonidista y papá: tocar con todo
🐝 Luciano Morales Pontet, apicultor y cooperativista: el enjambre productivo