👹😇 Unos apuntes sobre catástrofes, maldiciones y ayünes
En la emergencia nos sale todo lo humanamente posible.
Por Maximiliano Buss | Periodista, colaborador de 8000
👉 24 de octubre de 1858
El cacique Yanquetruz entró airoso al boliche de Silva vestido de teniente coronel, con un uniforme manchado con la sangre reseca del comandante Nicolás Otamendi, uno de los 80 soldados que el mismo Yanquetruz había masacrado entre las sierras de Tandil.
Los oficiales de la Guardia Nacional estaban ahí. Lo vieron. Yanquetruz les recordó que el coronel Villar le había asignado el grado de oficial y que era jefe de las fuerzas indígenas auxiliares.
Los parroquianos escucharon gritos en la primera cuadra de Zelarrayán.
El cacique sacó su daga. El capitán Jacinto Méndez hundió en la espalda de Yanquetruz el filo de la suya.
Los supersticiosos dicen que en ese bar, ese día, empezaron nuestros males.
Unos meses antes del gran malón del 19 de mayo de 1859, la viuda del cacique, que era una hechicera (machi, en mapuche), maldijo a estas tierras del demonio por los siguientes 1.000 años con vientos violentos.
👉 18 de diciembre de 2023
13.
13 vecinos murieron el sábado a la tardecita en Bahía Blanca: Juliana, Rubén, Benicio, Adriana, Norma, María Laura, Federico, Diego, Luis, Juana, Rosa, Bryan y Diego. Las ráfagas que nos sacudieron a más de 150 kilómetros por hora les tiró un paredón encima en el club Bahiense del Norte.
Melisa, Antonela, Martín, Ariel, Valentín, Flavia, Héctor, Celeste, Germán, Noemí, Estela, Agustina, Lucía y Juliana también estaban ahí, y terminaron internados en un hospital.
Otros 350 nombres aparecieron más tarde en una lista de evacuados de Defensa Civil.
Todos los barrios quedaron sin electricidad y algunos, sin agua. En cada cuadra: árboles desenraizados. En cada vereda: tejas, vidrios, palomas muertas, gatos y perros perdidos.
No. Para nosotros, lo que pasó el sábado no fue una maldición. Fue una catástrofe. Pero el pueblo mapuche igual cree que el único rito para reconstruir a su comunidad es el ayün: unirse para abrazarse, compartir comida y remendar sus casas prendidas fuego o llenas de agua.
Majo hizo ayün cuando le abrió la puerta a Bruno Velázquez, que estaba en la calle cuando empezó el temporal. También cuando Gianluca Flocco subió las escaleras a oscuras con una viejita en un edifico de Donado. Cuando los vecinos gritaban: “¿Están todos bien?”. Cuando el colegio Don Bosco cocinó 950 patas y muslos de pollo, que los alumnos de sexto grado donaron con 350 ensaladas de tomate y queso, 70 empanadas y 40 kilos de pan que eran para su fiesta de egresados. Paola Vergara hizo ayün cuando le preguntó a Fabián qué necesitaba al enterarse de que su techo estaba arruinado. Cuando Lara regaló sus milanesas de pollo congeladas. Cuando Pedro ofreció su ducha. Cuando la hija de Ana salió a darle de comer a los gatitos en la calle. Cuando Patricia manejó despacito, en contramano debido a los cortes, para donar algo. Cuando Camila les pidió a sus amigos que se acercaran al hospital donde trabaja para regalar su sangre. Cuando los vecinos de Patricios al 100 empezaron a poner zapatillas de enchufes afuera de sus casas para que cualquiera pueda cargar su celular. Cuando los profesionales de Criança se pusieron a dar acompañamiento emocional gratis. Cuando no se podía ni entrar en el edificio de la Universidad Nacional del Sur de tantas cajas de alimentos y bidones de agua para repartir a los necesitados.
Pero que un supermercado chino del barrio Noroeste le haya querido cobrar 5.000 pesos por un paquetito de velas a Nora, que está esperando un hijo, o que algunos se organizaran para salir a robar cables de los postes caídos y saquear las casas sin ventanas no es ayün. No es una catástrofe. Eso sí es una maldición.
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